domingo, 25 de diciembre de 2011

"Los mejores del 2011: ficción" (1)

1) “Chronic City” de Jonathan Lethem.
2) “Una mirada a la oscuridad” de Philip K. Dick.
3) “Los siete locos” de Roberto Arlt.
4) “Bajo la mirada de Occidente” de Joseph Conrad.
5) “Mooch” de Dan Fante.
6) “El demonio” de Hubert Selby Jr.
7) “Abbadón el exterminador” de Ernesto Sabato.
8) “Las noches del Buen Retiro” de Pío Baroja.
9) “La cabeza perdida de Damasceno Monteiro” de Antonio Tabucchi.
10) “Un americano” de Henry Roth.

Algunos títulos del 10 en adelante…:

“La viuda embarazada” de Martin Amis.
“Libertad” de Jonathan Franzen.
“Crónicas de motel” de Sam Sheppard.
“La nave de los muertos” de B. Traven.
“Si me necesitas, llámame” de Raymond Carver (relectura).
“Los enamoramientos” de Javier Marías.
“Tres ataúdes blancos” de Antonio Ungar.
“Norte” de Edmundo Paz Soldán.
“Los años” de Virginia Woolf.
“La memoria de Shakespeare” de Borges.
“Una historia conmovedora, asombrosa y genial” de Dave Eggers.

Y paro, pero…, pero no puedo dejar sin mencionar:

“La búsqueda del absoluto” de Balzac (que quizá merecería un puesto entre los diez primeros…).
“En el punto de mira” de Arthur Miller.

viernes, 23 de diciembre de 2011

"Los dioses informáticos"

He tenido la suerte de que se me ha muerto el ordenador. He perdido un montón de archivos y documentos. Así pues, gran parte de lo que he escrito desde que me compré el ordenador (cuatro años) se ha perdido. No todo. Y supongo que se puede recuperar. Pero me da tanta pereza.
Hablo de suerte, sí: ya no tengo que tirar a la basura aquellos escritos que no valían nada. Los dioses de la informática lo han hecho por mí.

A partir de ahora, a continuar escribiendo. Mejor. Escribir algo que valga la pena. Y que, de perderse, lamente.

Porque no lamento nada haber perdido lo escrito hasta ahora.

Siempre he pensado que lo que escribía no era otra cosa que un entrenamiento. Un ponerse a practicar footing a diario, para, llegado el día, correr una maratón.

martes, 20 de diciembre de 2011

"Los mejores del 2011" (0)

No sé si este año he leído más o menos que los años anteriores. Creo que menos. Lo que sí han cambiado son mis tipos de lectura. Antes sólo leía, prácticamente, relatos y novelas. Este año me ha dado fuerte con la poesía, y con el ensayo.

Por eso, este año voy a escribir varios apartados para los mejores del año:

1) Ficción (novelas y cuentos).
2) Poesía.
3) Ensayo.

Continuará (espero que antes de las uvas).

viernes, 2 de diciembre de 2011

"A vuela pluma"

Me acabo de dar cuenta de que ya estamos en diciembre. No me había parado a pensar en ello. Y eso que diciembre es uno de mis meses preferidos, junto a noviembre, enero... Febrero me gusta menos porque uno no puede dejar de pensar en que cada día que pasa el comienzo de la primavera se acerca más y más. Odio marzo, y agosto. Septiembre siempre trae promesas.

Llevo tres semanas sin fumar. Ha sido, es, está siendo, mucho más fácil de lo que imaginaba. Algunas molestias en la garganta. La ansiedad alta, como siempre. Es algo en lo que estoy trabajando: se acabó la ansiedad. La ansiedad no me embellece, como alguna vez me he consolado. No quiero ser un personaje de Woody Allen, ya no. Quedan muy interesantes (y divertidos), detrás de la pantalla, pero..., ¡joder!, la vida no es una película.

Y si la vida es una película, entonces que sea una comedia. Nunca un drama.


domingo, 13 de noviembre de 2011

A las diez de la noche de un domingo de noviembre, tumbado en el sofá de la sala, leyendo un libro de poemas de Bukowski. Sopla el viento del sur fuerte contra los cristales. Cansado del fin de semana, deseando que llegue la hora de irme a la cama para que sea mañana cuanto antes. El mañana es una promesa. Lo bueno vivido ayer o antes de ayer ya se me olvidó (en realidad fueron más días atrás). Quiero más. Y lo quiero ahora. Ya.

viernes, 11 de noviembre de 2011

"Leer en noviembre"




Estos tres libros sí que me los he devorado a gusto. Totalmente recomendables. Memorables.
Me faltan los libros de Diego Vasallo y Michel Gaztambide. El libro de Diego Vasallo no lo he podido encontrar en mis tres o cuatro librerías de cabecera.

"Un buen día para decir adiós (2)"

Seguiré el ejemplo de Onetti:

Escribir cuando no se puede fumar.

Hablo, claro, de la famosa anécdota según la cual, Juan Carlos Onetti escribió "El pozo" durante un fin de semana en que se quedó sin tabaco. En aquellos años, finales de los treinta, principios de los cuarenta, al parecer no se podía comprar tabaco en fin de semana. Los estancos o expendurías cerraban.

Le salió redondo "El pozo". Lo leí este año, en e-book. La primera novela que leí de Onetti fue "Juntacádaveres". Ah, qué humor, llamar a un chuloputas el "Junta...". Más tarde leí "La vida breve". Esa atmósfera de cuartos vacíos, de cuartos más que vacíos, solitarios. Un tío imaginando una ciudad, Santa María, y los ruidos del cuarto (solitario) de al lado. El médico solitario en su consultorio. Pidiendo a una mujer que se desnude.

Este año, además de "El pozo", también leí "El astillero", en la edición de bolsillo de Punto de Lectura. Tengo por ahí, esperándome, "Dejemos hablar al viento".

No está mal, esto de los chicles de nicotina. No, por ahora parece que funcionan.

Llevo una semana leyendo "Libertad", de Jonathan Franzen. Vaya, ya me queda poco para terminarla. Un par de días...

No es una novela que recomendaría a nadie. Es una buena novela, pero es bastante peñazo a ratos.

Por suerte, alterno la novela de Franzen con la lectura de unos poemas de Bukowski: "El padecimiento continuo".

Cuando termine el libro de Bukowski, voy a empezar con las "Poesías completas" de Cesare Pavese. De Pavese he leído algunas novelas. El diario, todavía no. Siempre he recordado ese poema que comienza:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos


Cuando termine la novela de Franzen..., no sé qué novela empezaré.

Algo más corto. Eso fijo.

"Un buen día para decir adiós"

Pues sí. Finalmente, hoy me ha dado el punto y lo he decidido. Ya no fumo más. En un principio iba a dejarlo hace un mes o así. Pero entonces las cosas se complicaron en el trabajo (para bien y para mal), y me dije, no ahora no.

La semana pasada fui a una farmacia. Consulté con el tío de la bata blanca (ay, esas batas blancas que yo llevaba antes, cuando estudiaba..., y durante un tiempo, en mi trabajo en el laboratorio...), y me dijo que me aconsejaba los chicles de 4 mg.

Me compré una caja. Treinta y algo euros. Ciento cinco chicles. Y me dije, bueno, mañana me pongo.

Llegaba mañana y decía. Bueno, mejor mañana.

Hasta que ha llegado hoy.

Y creo que la cosa puede funcionar.

Casualidades que tiene la vida:

Estaba comiendo en casa de mi hermana, comentando mi abandono del tabaco, y mi cuñado, que fumaba negro y lo dejó (sin utilizar chicles ni ninguna otra mariconada como él dice) hace ya muchos años, mi cuñado coge y va dice:

-Yo también lo dejé un 11 de noviembre.

Mi hermana:

-¡Anda ya!

Mi cuñado:

-Que sí, joder, que me acuerdo porque era día de San Martín.

-Hostias, qué casualidad.

(Esta era mi hermana, aunque mi hermana no ha dicho hostias. Nunca dice tacos. Bueno, casi nunca).

Mi cuñado:

-Hostias, San Martín. Hay que comprar morcilla, ¿eh?

viernes, 14 de octubre de 2011

"Leyendo..."


Estos días estoy leyendo:

"Siete años", de Peter Stamm.

Que alterno con:

"Crónicas de motel" de Sam Sheppard.

Y:

"Trabajos forzados" de Daria Galateria.

Este último es un ensayo bastante ameno que trata de los distintos trabajos que se vieron obligados a ejercer algunos escritores. Habla, por ejemplo, de Kafka en la compañía aseguradora. De Bukowski, cartero (amén de mil y un empleos de pacotilla). De Raymond Chandler, contable en una compañía petrolífera. De la marca de perfumes y cosméticos que "sacó" Colette. T. S. Elliot trabajando, feliz, en un banco.

(Yo también sería feliz trabajando en un banco...).

En total son 25 los escritores retratados.

Muchos de ellos (Malraux, Paul Claudel, Paul Morand o Bruce Chatwin), tuvieron eso que podríamos llamar "trabajos de alto nivel". La verdad es que, en un libro titulado "Trabajos forzados", prefería que abundaran más aquellos escritores que tuvieron malos empleos, los que vivieron a salto de mata, como Raymond Carver.

Como aspirante a escritor, y trabajador "normal", el tema de en qué trabajaron o en qué trabajan algunos escritores me interesa bastante.

Roberto Bolaño de vigilante de un camping.
Magnus Mills, montador de cercas y conductor de autobús (cuando su novela "El encierro de las bestias" fue nominada al Booker, pudo dejar de conducir autobuses -rojos, supongo-, y dedicar las mañanas a una actividad mucho más productiva: nadar en la piscina).
Don Delillo, que trabajaba en un parking mientras escribía su primera novela.
William Faulkner tuvo varios trabajos, uno de ellos de recepcionista o conserje en una universidad. Es muy conocida la anécdota de la entrevista que le hicieron en la "Paris Review", donde dijo que el mejor empleo que le habían ofrecido era de portero -pero no, creo que la palabra que utilizó no era portero...- en un burdel.
Karmelo C. Iribarren trabajó muchos años en un pub.
Ramón Eder trabajó de recepcionista en un hotel para citas, en París. Fue él, Ramón, quien descubrió que ese mismo hotel lo había frecuentado Proust para sus "sesiones".
David Monteagudo, que saltó a la fama literaria hace un par de años con la novela "Fin", trabajaba en una fábrica, creo que de cartones.
Óscar Gual es informático, si no recuerdo mal.
Henry Roth, trabajó de un montón de cosas, entre ellas de fontanero.


viernes, 7 de octubre de 2011

"Viernes noche, 69"

Me voy a tomar un par de pastillas porque se me está yendo la olla demasiado.

"Viernes noche, 34"

Es evidente para cualquier hijo puta que esté leyendo esta chominada, que estoy sufriendo un puto ataque de...

...de algo.

Creo que es porque hoy no me he tomado nada.

Ya que estamos, "from lost to the river":

El coño de mi madre

no es particular.

Cuando llueve se moja,

como los demás.


Este poema lo escribí hace tiempo. Creo que es el segundo mejor poema que he escrito en mi vida.

"Viernes noche, tercera parte"

Estoy como una moto.

He vuelto al sofá, un último intento con la lectura.

Imposible.

Y me jode. Porque si no leo cuando tengo tiempo, cuándo cojones voy a leer.


Mirad, este blog "casi" sigue siendo literario.

Hablo de que no puedo leer. No puedo leer y lo cuento.

Escribir una novela sobre ese tema. El otro, el del escritor que escribe que no puede escribir ya está muy quemado.

Sería un coñazo de novela, seguramente.


"Viernes noche, continuación"

Pues nada, que estoy intentando leer un poco. Esta noche puedo (mañana no tengo que levantarme a las cinco, me tengo que levantar a las nueve. Manda huevos, alegrarte de que sea sábado y, aunque tengas que currar -el sábado, el domingo, y el lunes también), pensar que, por lo menos, no tienes que madrugar...

Bueno, pues eso. Que estoy intentando leer. Pero no me concentro. No sigo la historia. Y no es que sea una novela complicada.

Mierda.

Mierda.

Cuando empecé este blog se suponía que iba a ser un blog "literario". Reseñas, algún cuento. Cosas así.

Ha acabado convirtiéndose en un blog de quejas.

(Aunque me gusta más la palabra lamentos).

Las cosas felices no me gusta contarlas. No aquí.

No me concentro en la lectura. Así que vengo aquí y escribo. A vuela pluma. El otro día leía un poema de Raymond Carver, decía algo así como "antes los escribía porque decía que no tenía tiempo para escribir otra cosa (mejor)". La cita no es directa. Se refería a los poemas, y quería decir que los escribía porque no tenía tiempo para escribir relatos, alguna novela, imagino.

Pero en el poema Carver decía que, ahora, los escribía (los poemas) porque era lo que quería escribir. Antes, no. Ahora, sí.

He oído y/o leído muchas veces ese tópico de "uno empieza queriendo escribir poesía. Como ve que no puede porque la poesía es demasiado excelsa, intenta escribir cuentos. Pero tampoco tiene talento para los cuentos. Así que no le queda otra que escribir novelas. Que es lo más fácil...".

Yo siempre he querido escribir novelas. Y lo sigo queriendo. Y seguiré intentándolo, a pesar de no tener (mucho) tiempo.

Los cuentos a veces me salen solos. Y cuando me salen solos, me salen bien. Cuando más trabajo un cuento, peor resultado obtengo.

Ya no sé por dónde iba o quería ir.

El caso es escribir.

Ya que no puedo leer.

Escribo todos los días en un diario que empecé allá por el 2004. En cuadernos de tamaño folio. Llevo ya cuatro o cinco. Básicamente cada crónica diaria es una repetición de la anterior.

Hasta hace un par de meses. Pero de eso no voy a hablar. Ya he dicho que de la felicidad no escribo, aquí no.

Felicidad, trabajo. Hostias, mal matrimonio.

Así que sí, he escrito un par de intentos "serios" de novelas.

He escrito unos cuantos cuentos "coña". Y no están tan mal.

He escrito, alguna vez, algún poema. Poemas coño, algo así.

Se me acaba de ocurrir uno:

La vida sin tu coño

no es vida.

Sólo es una puta

parida.


Gracias, gracias. Creo que es mi mejor poema, hasta la fecha.



"Nueva vida o lo que sea"

Casi nunca tengo nada que contar. Por eso cada vez escribo menos en este blog. La soledad en agosto, como ya dije, no fue tal. Claro que a veces tengo cosas que contar, pero no quiero hacerlo aquí.

Son las nueve y diez de la noche y llevo levantado desde las cinco de la mañana, como todos los días últimamente. El tan temido ascenso en el trabajo llegó.

Llegó, vio y venció.

Un coñazo, pero bueno.

Habrá que aguantar.

2011 está siendo un año importante para mí. Está siendo un año en el que me están pasando cosas. Casi todas buenas. Algunas regulares. Sí, que te asciendan en el trabajo está muy bien. Ganas (algo) más. Pero pierdes mucho tiempo. Ya, que hay cuatro millones y pico de parados que se darían con un canto en los dientes por tener un currelo limpiando mierdas. No, sí lo sé. Pero es que una de las tareas que tengo que desempeñar en mi trabajo es limpiar mierdas. Literalmente. No es broma. Y qué queréis que os diga...

Al final te acostumbras claro.

Pero...

¿te acostumbras?

¿o te resignas?

Resignarse o conformarse. He ahí el puto peligro. Porque vamos a ver, que nosotros sepamos, sólo tenemos esta bonita (a veces), muy jodida (casi siempre) vida. Y pasarla limpiando la mierda de otro, por la mañana, por la tarde, por la noche...¿para qué?

Coño, yo no tengo ni puta idea de a qué hemos venido a este mundo, pero joder, a limpiar mierda no.

Está bien que uno se acostumbre a limpiar mierda. Si te va bien y tal, no pasa nada. El problema es que te resignes. Está bien..., por un tiempo. Uno se acostumbra, se resigna, y acaba viviendo para limpiar mierda.

La cosa es que:

Hay que limpiar mierda para vivir. No vivir para limpiar mierda.


lunes, 19 de septiembre de 2011

"Primer día sin tabaco"

La verdad es que lo estoy llevando bastante bien, teniendo en cuenta que prácticamente estoy fumando lo mismo que siempre...

viernes, 16 de septiembre de 2011

"Los mejores del verano (2011)"


Queda una semana (más o menos) para que se termine este verano tan temido (por mí), y que finalmente ha resultado ser uno de los veranos en que mejor me lo he pasado. He leído menos que otros veranos. Incluso he leído peores libros que otros veranos. Pero, sinceramente, me la suda. A pesar de haber leído menos..., he leído, también este verano, mucho. Y si otros veranos los recuerdo porque leí “Madame Bovary”, “El mundo según Garp” o “Doctor Pasavento”, este año he leído algunos libros que aunque no me hayan gustado tanto como los citados, sí que me parece que no he perdido el tiempo con sus lecturas. He aquí una selección de lo mejor que he leído (los otros libros, los malos, malísimos, no los pienso mencionar, mejor olvidarlos):

-“Las noches del Buen Retiro”, de Pío Baroja. (No es lo mejor de Baroja, pero es mucho mejor que el 90 % de las novelas que se encuentran, ahora mismo, tiempo de novedades otoñales, en las mesas de exposición de las librerías).

-“Asco”, de José Ángel Barrueco.

-“Cuerpo”, de Harry Crews (quizá esperaba reírme más con la novela, pero la lectura fue divertida, y el final me dejó un poco tocado).

-“Chump Change”, de Dan Fante (Dan Fante es el hijo de John Fante, el autor, entre otras novelas, de “Pregúntale al polvo” –buenísima-. Ahora mismo acaban de publicar, Sajalín editores, otra novela de Dan: “Mooch”, que por cierto, me he comprado esta misma tarde).

-“El demonio”, de Hubert Selby Jr.

Y no puedo dar más títulos, en cuanto a la ficción se refiere, porque los otros libros que he leído en estos meses de sol, lluvia, otra vez sol y otra vez lluvia y otra vez gira la rueda..., han sido, por decirlo suavemente, decepcionantes.

Pero sí que ha habido un libro de no ficción que me ha dejado muy tocado. Es uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo. Ha sido leer este libro y meterme de lleno en la obra de este autor (al que había leído hace unos años, pero entonces no sé qué me pasó, supongo que andaba un poco despistado porque no volví a él). Hablar de este autor es difícil porque es uno de los mejores escritores en español actuales. Es alta literatura. Su prosa y su poesía son palabras mayores. Creo que no hay ningún otro escritor español actual que pueda llegar a hacerle sombra.

Hablo de Roger Wolfe. Hablo de “Siéntate y escribe”. El mejor libro publicado en España este año 2011. No sólo eso: creo que “Siéntate y escribe” es, de los libros que se han publicado este año, el único imprescindible. Los demás, pues bueno, algunos están bien, para pasar el rato... Pero los ensayos-ficción de Wolfe son libros de adultos. Uno lee a Wolfe y luego lee a otro de sus colegas contemporáneos, y lo único que puede decirse es que, lo que hacen los demás, comparado con Wolfe, es un juego de niños.

La mayor parte de la poesía de Wolfe está reunida en “Noches de blanco papel”, editado por Huacanamo. Es un libro de unas quinientas páginas que, sin embargo, me devoré en unas horas.

Esta misma tarde he recogido en mi librería de cabecera “Oigo girar los motores de la muerte”, otro de los ensayos-ficción de Wolfe. Publicado por DVD en 2002, no he tenido problemas para encargarlo y hacerme con un ejemplar. No sé qué hago escribiendo aquí, en lugar de estar leyéndolo.

martes, 13 de septiembre de 2011

"Peor imposible"


Hoy he cometido una de las mayores locuras de mi vida. He subido a casa de mi hermana y le he dicho que me pidiera cita para el médico. Una consulta con mi médico de cabecera. Para el próximo jueves, a las 11:50 de la mañana. En menudo lío me he metido. No sé si voy a salir de ésta.

-¿Doctor?

-Sí, ¿qué te pasa, Nathan?

-Verá, es que vengo porque quiero dejar de fumar. Quiero que me diga que tengo qué hacer.

jueves, 14 de julio de 2011

"La inutilidad de la tristeza"

Perfecta gilipollez la de creer que la tristeza tiene algo romántico. Estúpido error el de confiar en la tristeza como acicate literario. Sí, es verdad, quien escribe lo hace porque hay algo que no le gusta (de su vida, del mundo, etc.). Pero cuando uno está triste, triste de verdad, NO SE PUEDE ESCRIBIR.

No hay ganas. No hay fuerzas.

Escribir es un acto que necesita de la ilusión.

Quien está triste y escribe (sobre su tristeza o sobre lo que sea), no está del todo triste (no está..., jodidamente jodido). Quien está triste y escribe aún confía en la esperanza.

NO.

No se escribe mejor estando triste. Se escribe menos, incluso no se escribe. Sí que se necesita, como decía más arriba, cierto hastío, cierto malestar (¿rabia?), cierto desacuerdo con lo que nos rodea..., o con nosotros mismos. Pero al mismo tiempo, si se escribe, se está confiando en que algo va a cambiar si escribimos. Que, por lo menos, alguien leerá nuestro mensaje. Contamos que estamos tristes, jodidos, y al hacerlo, al escribir sobre ello, nos libramos un poco de ese peso. Decimos: ¡hey! Miradme, sabed: estoy triste. Y creemos que al compartir nuestro dolor estamos un poco menos solos.

Tal vez sólo sea una ilusión.

Pero es que en la vida todo son ilusiones.

La felicidad, también. La felicidad sobre todo. Es una ilusión. La felicidad es básicamente subjetiva. Como lo es la tristeza.

Escribir seguramente no nos salvará. Pero estamos haciendo algo, que ya es bastante, teniendo en cuenta que, cuando se está triste de verdad (profundamente triste, jodidamente jodido), no se hace nada. Nada.

Salvo mirar por la ventana.

Mirar al techo. A la pared.

Al suelo.

Y pensar. Todo el tiempo pensando.

Todo el día y toda la noche.

Pensando.

Estoy triste.

Estoy jodido.

Muy jodido.

Muy duras las últimas semanas. Imaginariamente duras, sí. Pero eso no me consuela. Saber que mi tristeza no tiene una base sólida, que mi tristeza viene de mí y no de fuera, no me sirve para nada.

Sigo triste igual.

Quizá sea, incluso, peor. Estar triste sin un motivo “real”.

Mierda.

Pero hoy escribo.

No he escrito nada en varios días (quería empezar un cuento, JA: imposible escribir desde el suelo).

Pero hoy escribo. Así que supongo que, aunque pequeña, la ilusión está volviendo a mi corazón.

Vendrán más días malos. Vendrán días peores incluso. Pero, por ahora, voy a intentar no pensar en ellos.

Agarrarme a esta punta de clavo que apenas pueden atrapar mis uñas. Y tirar de ella, de la punta, y sacar el clavo entero.

jueves, 30 de junio de 2011

"Molière"

Estoy enfermo. Casi nunca me pongo enfermo.

Enfermo de verdad, me refiero. Imaginariamente, la enfermedad me acompaña a diario.

Estoy enfermo, hoy y ayer, de verdad, y estoy triste. Días sin salir de casa, desde el lunes. Me aburro y empieza a salir el sol. Y me gustaría ir a dar un paseo. Quizá me sentara bien, quizá me pusiera peor.

Casi nunca me pongo enfermo.

Es por eso que, cuando lo hago, lo llevo fatal. Supongo que un enfermo habitual lo llevaría mejor; pero claro, un enfermo habitual querría tener mi suerte: la de estar enfermo sólo dos o tres veces al año.

Aunque esas dos o tres veces al año sean tediosas y tristes, sobre todo tristes.

lunes, 27 de junio de 2011

"About la hostia"

En el fondo, soy el típico gilipollas que si se da una hostia en público (o en la soledad de su casa) piensa: qué bien, así tendré algo que contar y demostraré que sé reírme de mí mismo y mi patetismo.

"La primera hostia nunca es la última"


Cuando te caes en la calle, lo primero que miras no es si te has hecho daño o no. Miras si algún cabrón ha visto la hostia que te has pegado y se está descojonando.

Así pues, me doy la hostia padre en las escaleras mecánicas de la Fnac. Miro a mi alrededor y el único que me ha visto es un viejo de barbas que no se ríe pero tampoco me pregunta si estoy bien. Me da un mareo. Voy a la caja y tengo que agacharme para no marearme más. El viejo cabrón se pone detrás de mí, en la cola. Le digo a la cajera vaya hostia me he dado, ahí en las escaleras, si hasta me he mareado, y me dice vaya. Y me cobra y ya está.

Si no pides un vaso de agua no te lo van a dar, por muy mala cara que se te haya puesto.

Hay gente que por no darte, no te da ni su desprecio.




miércoles, 22 de junio de 2011

"Ventajas de no tener carnet de conducir"

tenga presente que algunas personas que tomaron zolpidem se levantaron de la cama y manejaron sus vehículos, prepararon y comieron comida, tuvieron relaciones sexuales y realizaron llamadas telefónicas u otras actividades mientras estaban parcialmente dormidas. Al despertarse, generalmente no podían recordar lo que habían hecho. Llame a su médico de inmediato si se da cuenta de que ha estado conduciendo un vehículo o realizando alguna otra cosa inusual mientras dormía.

viernes, 27 de mayo de 2011

"El árbol de la ciencia" de Pío Baroja.


Anoche empecé a leer, por segunda vez, “El árbol de la ciencia”, de ¿hace falta decirlo?, Pío Baroja.

La primera vez que leí esta novela fue por obligación. Me o nos la mandaron en clase. Yo sabía quién era Baroja: un viejo con txapela. Cómo me iba a gustar a mí algo que hubiera escrito un viejo con txapela, si yo era un chaval y a mí lo que me gustaban eran las fiestas y las chicas (da igual el orden). No era muy buen estudiante, en esa época no. Pero no tan malo, leí el libro cuando podía haberle pedido a algún compañero que me contará de qué iba.

Ah, el viejo Baroja, cómo me gustó esa novela leída por obligación. Es en la adolescencia cuando uno cree estar descubriendo el mundo y, joder, descubrir a Baroja fue algo increíble. Para nada me esperaba una novela así. Una novela que me llegó muchísimo.

Esta novela me acompañó muchos años en la memoria. Unos cinco o seis años después, un amigo se fue a Pamplona a estudiar la carrera de medicina y, cuando los viernes o los sábados por las noches nos hablaba a los amigos de lo que hacían con los muertos, yo, al oírle, recordaba esa sala de disección de Baroja que siempre imaginé, no sé porqué, con una luz gris.

(En la novela de Baroja, los estudiantes se gastan bromas con los cadáveres. Uno, por ejemplo, coge un brazo y saluda a un compañero con el brazo muerto en lugar de con el suyo. Este amigo mío, también nos contaban las bromas que, más de cien años después, se gastaban los estudiantes en su universidad, con los muertos. Cómo, las mujeres, tenían la vagina tapada con cera para que no fueran los estudiantes graciosetes a meterles el dedo).

El chaval que era entonces y el “chaval” que soy ahora no son el mismo, pero no hay muchas diferencias entre los dos, sin embargo. Hay un montón de lecturas entre uno y otro, un puñado de experiencias, algo de aprendizaje, pero poca cosa más.

El chaval que en la adolescencia disfrutó leyendo “El árbol de la ciencia” vuelve a leerlo un montón (un montón es un decir) de años después y descubre que vuelve a disfrutar de la lectura.

Pero ahora también ve que, esta vez, lo está disfrutando más. Porque tiene más lecturas y aprecia detalles que aquella primera vez seguro no vio.

Ya entonces subrayaba los libros. Mi ejemplar de “El árbol de la ciencia” hasta ayer apenas estaba subrayado.

Las pocas cosas que subrayé entonces no las subrayaría ahora.

El montón de frases que estoy subrayando ahora..., ¿cómo no las subrayé en aquella primera lectura?

“El árbol de la ciencia” se publicó en 1911, hace ahora la cifra redonda de cien años. Ha sido casualidad que lo volviera a leer, este año y no el anterior o el que viene. De hecho, ayer dudaba entre volver a leer la historia de Andrés Hurtado o volver a leer las “Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Parados”.

Cien años..., y muchas cosas de las que leo en “El árbol de la ciencia” las reconozco ahora, en este presente que vivimos.

(En realidad más de cien años, pues aunque publicada a principios de la segunda década del siglo XX, la novela se desarrolla entre 1887 y 1896, más o menos, si nos atenemos a la propia experiencia de Baroja).

Que las novelas picarescas del Siglo de Oro no se escribieron porque les diera la gana a los autores, sino porque España era un país de pícaros y el autor, quiera o no, consciente o inconscientemente, de alguna manera siempre acaba representando en sus obras la sociedad en la que vive.

España ha sido, es y será, un país de pícaros.

Muchos pícaros hay en las novelas de Baroja, como esos estudiantes de los que hablaba antes.

Y el famoso “vuelva usted mañana”, de Larra, cuántas veces lo habremos oído...

"Borges autoirónico (2)"


Leo en la "Introducción" que hace Dionisio Cañas a la antología "Volver", de Jaime Gil de Biedma, lo siguiente:

Todo lo antes dicho se debe entender teniendo en mente el que el personaje irónico se siente superior a lo ironizado, aunque sea autoironía.

viernes, 20 de mayo de 2011

"Borges autoirónico"

Estos días estoy leyendo "La memoria de Shakespeare", un librito con los cuatro últimos cuentos que escribió Borges antes de morir.

Intuyo que este libro es póstumo, cuándo lo publicaron por primera vez, no lo sé (y no lo he mirado, evidentemente). Me suena haber leído en alguna parte que alguno de los cuatro cuentos sí fue publicado en vida de Borges, pero no en libro, si no en alguna revista literaria.

El primero de los cuentos se titula "Veinticinco de agosto, 1983", y reescribe, ¿remenda?, de alguna manera aquel cuento en el que un Borges joven se encontraba con un Borges viejo. Este cuento se titulaba "El otro" y está incluido en "El libro de arena". Creo que, junto a "Funes el memorioso" y "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", es uno de mis cuentos borgeanos favoritos.

Allí, en "El otro", aparecía la genial ironía de Borges. Siempre me gustó este fragmento:

Nuestra situación era única, y francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas.

Sí, siempre que leo estas frases una sonrisa se dibuja en mis labios: un encuentro tan extraordinario como este, el hombre joven conoce al viejo que será, y..., hablan de libros.

En "Veinticinco de agosto, 1983", los dos Borges que aparecen son ya dos Borges mayores. Uno ya viejo, cercano a la muerte; el otro, todavía con tiempo por vivir, "ayer cumplí sesenta y un años", dice, pero ya, de algún modo, lo intuimos cansado.

El Borges que escribe este cuento no es el Borges de sesenta y un años. Es el Borges octogenario, completamente ciego (recuerdo una de las entrevistas que se le hicieron en el programa de TVE "A fondo", Borges decía algo así (cito de memoria): esta noche soñé que me moría y sentía, en el sueño, una gran sensación de alivio, pues si me moría no tendría que venir acá.

El mismo Borges que escribe, en este cuento:

-Escribirás el libro con el que hemos soñado tanto tiempo. Hacia 1979 comprenderás que tu supuesta obra no es otra cosa que una serie de borradores...

Unas líneas más adelante:

-Y al final comprendiste que habías fracasado.

-Algo peor. Comprendí que era una obra maestra en el sentido más abrumador de la palabra. Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes.

(La negrita es mía).

Dentro de unas semanas se cumplirán 25 años de su muerte. Pocos atractivos tiene Suiza, aparte de la nieve y las montañas, los huesos de un ciego bajo un puñado de césped. Creo que los balnearios también están bien, pero no sé porqué me da que me aburriría mucho en cualquiera de ellos.


jueves, 19 de mayo de 2011

"Philip Roth premiado"

No, no estoy dando la noticia porque ya ayer la dieron un montón de medios, y otro montón de blogs. Bueno, para quien no se haya enterado: a Philip Roth le han dado el Premio Man Booker Internacional.

Me alegra, pero también pienso que me da un poco igual. A Roth (todavía) no le han dado el Nobel, pero me la repanflinfa (no sé si a él también). Philip Roth es uno de los mejores novelistas vivos, si no el mejor.

Pero siendo sincero, leyendo la noticia que dejo abajo en el enlace, lo que he sentido no ha sido rabia, ni indignación. No, no, nada de eso. Lo que he sentido ha sido regocijo. Que Roth "moleste" a este tipo de personas (pedorras) me encanta.

lunes, 16 de mayo de 2011

Prólogo de Roberto Arlt a su novela "Los lanzallamas"


Con “Los lanzallamas” finaliza la novela de “Los siete locos”.

Estoy contento de haber tenido la voluntad de tra­bajar, en condiciones bastante desfavorables, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Es­cribí siempre en redacciones estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedi­miento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras.

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, cons­tituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuan­do se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage.

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.

Para hacer estilo son necesarias comodidades, ren­tas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente proce­dimiento para singularizarse en los salones de sociedad.

Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela que, como las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edificio social que se des­morona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas discretas.

Variando, otras personas se escandalizan de la bru­talidad con que expreso ciertas situaciones perfecta­mente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas columnas de la sociedad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de “Ulises”: un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino media docena de iniciados.

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pecho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.

De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas honorables:

“El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realis­mo de pésimo gusto, etc., etc.”

No, no y no.

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino es­cribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.

El porvenir es triunfalmente nuestro. Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero… mientras escribo estas líneas, pienso en mi próxima novela. Se titulará “El amor brujo” y aparecerá en agosto del año 1932.

Y que el futuro diga.

viernes, 29 de abril de 2011

Leo...

jueves, 14 de abril de 2011

"RICHARD YATES", la rese.

Alguna vez, hablando de un tío suyo, Borges dijo “le tocó vivir, como a todos los hombres, malos tiempos”.

(Como todos los días, no tengo ganas de escribir una reseña. No sé qué hago teniendo un blog ¿literario?, creo que me gusta hablar de libros, pero no escribir sobre ellos.

Bah, chorradas).

“Richard Yates”:

(A ver si me ventilo la mierda de reseña en diez minutos que ya me estoy cansando).

“Richard Yates” es una novela monótona, repetitiva hasta la exasperación, y escrita con un estilo simple, mínimo, que te cagas. Y sin embargo, no me he aburrido nada leyéndola.

Me ha gustado mucho.

En “Richard Yates” encontramos a dos jóvenes un poco freaks (aunque no sé si hago bien utilizando este término, creo que hay otro más adecuado, alguno he leído por ahí, estos días, un término nuevo, al menos para mí, pero no lo pongo porque no sé qué significa, tendré que buscarlo en la wikipedia).

Dos jóvenes un poco..., lo que sea. Perdidos. Se han conocido a través de internet y se comunican a todas horas, a todas-todas horas, a través del chat de gmail, de e-mails y sms. Ella tiene 16 o 17 años y está gorda y quiere dejar de estar gorda para ser mejor persona y que él, su novio, la aprecie más.

Él, su novio, un pedazo de cabrón que es mucho más inmaduro que ella, tiene 23 o 24 años (o 22, da lo mismo), es un escritor que está todavía más perdido que ella, y no hace más que reprender a su pobre novia diciéndole que no piensa y no hace todo lo que debería para él, y no sé qué, y en fin, que es un egoísta insoportable.

La novela, como digo, es monótona, y repetitiva, y los personajes se aburren, no saben muy bien quiénes son, dónde están, etc. A cada rato dicen “qué asco de mundo” o “qué puta vida”, cosas así, o “me quiero suicidar”, “voy a suicidarme”, etc., etc.

Etc.

¿Dónde está, entonces, lo bueno de esta novela?

Bien, ¿sabéis eso que se suele decir, que si para conocer como era la vida en el siglo tal, lo que hay que hacer es leer las novelas que entonces se escribieron, las novelas del siglo tal?

Pues esto es “Richard Yates”: cómo, a principios del siglo XXI, la aparición de internet cambió (o añadió) la manera de relacionarse unas personas con otras. El aburrimiento, el vacío existencial, a pesar de ser, en toda la historia, la generación con más recursos de ocio al alcance, no de la mano, sino de un dedo, de un clic.

Ahí, en esto, Tao Lin, sencillamente lo ha clavado.

Les ha tocado vivir, a los protagonistas de “Richard Yates”, como a todos los jóvenes, malos tiempos.


miércoles, 13 de abril de 2011

"Richard Yates" de Tao Lin

Escribo una nueva entrada para recordarme a mí mismo que tengo que escribir una reseña de "Richard Yates", la novela que estoy leyendo estos días, y que me está encantando.

martes, 12 de abril de 2011

Explicación a la foto del post anterior.

En el centro, claro, "Los enamoramientos".

A la izquierda, "Macbeth", que se cita varias veces en la novela de Marías.

(También se cita a Cervantes, como se citaba "El Quijote", también, en "Tu rostro mañana"; pero no se cita tanto como a Shakespeare).

Abajo, en el e-reader, no sé ve bien, pero es la primera página-portada de una edición digital de "El coronel Chabert" de Balzac, novelita que Marías destripa en "Los enamoramientos", y que he leído inmediatamente después de terminar la novela de Marías.

Y a la derecha, "Mala índole", un relato de Javier Marías, cuyo protagonista aparece como secundario (un secundario importante, eso sí) en "Los enamoramientos".

Aquí se cumple ese viejo dicho de "un libro siempre lleva a otro libro".

"Los enamoramientos", de Javier Marías (2)

jueves, 7 de abril de 2011

"Los enamoramientos", de Javier Marías (1)


La empecé ayer, ya voy por la mitad, y me la acabaría mañana mismo, si tuviera más tiempo para leer.

No hay nada nuevo en "Los enamoramientos": una voz en primera persona, envolvente, hipnotizante; digresiones constantes; un relato circular; Francisco Rico, otra vez homenajeado (creo que apareció por primera vez en "Todas las almas", bailando en una discoteca inglesa, aunque en aquella novela no se mencionaba explícitamente su nombre), homenajeado o burlado, como dice Antonio Iturbe en la entrevista que aparece este mes en la revista "Qué leer", porque vaya con Rico, qué habrá de real en el retrato de su amigo Marías, un personaje anecdótico, dice Marías de él en la entrevista, que resulta a ratos aborrecible pero por momentos simpático.

Nada nuevo, nos trae Marías.

Simplemente, lo mejor.

Poco importa que uno lea a María Dolz, la protagonista de "Los enamoramientos", y en vez de la voz de una mujer, crea estar oyendo la voz de un hombre, la voz del propio Marías, esa voz que comenzó a ensayar con "El hombre sentimental", y que ha ido, novela tras novela, puliendo de artificio, haciéndola cada vez más exacta. Es el estilo Marías: frases que se leen lentamente, para paladearlas, pero que no obstante, pueden ser leídas a toda prisa, a pesar de su complejidad, de su extensión. La historia que nos cuenta Marías (o María Dolz) nos obliga a ello:

A devorarlas.

miércoles, 30 de marzo de 2011

"Últimas lecturas (febrero-marzo)"

En plan elogio de la vagancia...

Eh, pues algo así:

"1Q84. Libro 1", de Haruki Murakami: pasable.

"La viuda embarazada", de Martin Amis: buena pero no genial como "Dinero" o "La información" o "Campos de Londres" o "El libro de Rachel" y tal.

"Un momento de descanso", de Antonio Orejudo: horrible.

"En el punto de mira", de Arthur Miller: buena.

"Las señoritas de escasos medios", de Muriel Spark: se deja leer. Bah.

"El informe de Brodie", de Jorge Luis Borges: no es su mejor libro.

"Caligrafía de los sueños", de Juan Marsé: un poco lo mismo de siempre: un barrio pobre de Barcelona, la posguerra, el mundo de la infancia. Sólo que contado esta vez con un tono un poco aburridín, la verdad. Mejora en las diez últimas páginas. Por lo demás, un poco sosa.

"Los mecanismos de la ficción", de James Wood: interesante, el tema, y no aburre mucho.

"La abadía de Northanger", de Jane Austen: esto sí es una novela, que la prota sea para darle dos hostias no importa mucho.

"Solar", de Ian McEwan: un peñazo.

"Tres ataúdes blancos", de Antonio Ungar: muy buena, a este tío, ganador del último Herralde, lo voy a seguir leyendo, sin duda. Qué gusto descubrir un autor así.

"Una mirada a la oscuridad", de Philip K. Dick: genial.

"Shutter Island", de Dennis Lehane: muy buena, un thriller psicológico que agarra, sí.

"Los ejércitos", de Evelio Rosero: bien tirando a notable.

"Némesis", de Philip Roth: hostia, no, no me ha gustado mucho.

"Norte", de Edmundo Paz Soldán: sí, me ha gustado.

martes, 29 de marzo de 2011

"Un año (casi) después"



Por la mañana me he tomado un café con leche con cereales Special K y me he fumado un cigarrillo. Luego, me he vestido y encendido el ordenador. He estado escribiendo un rato. Más tarde, me he conectado a internet y he navegado un poco. He y me han escrito algunos mails.

A eso de la una he subido a casa de mi hermana a ver a mis sobrinos. Luego he bajado a comer. Como hoy es martes, tocaba puré de verduras.

A eso de las tres menos cuarto, como hacía buen tiempo, he pensado que me vendría bien para el careto que me diera un poco el sol. He pasado antes por la Fnac. Aunque tengo un e-book desde hace dos semanas y un montonazo de libros digitales que quiero leer, no he podido no caer en la tentación y me he comprado dos libros: “El malestar al alcance de todos” de Mercedes Cebrián, y “Formas breves” de Ricardo Piglia. El de Cebrián bien podría habérmelo comprado descargándomelo desde la web de Casa del Libro (o de la de Elkar), y el de Piglia seguro que lo encontraba por ahí, pirateado. Pero, bueno, me he dicho me apetece tenerlos y seguir usando el lápiz de mina para subrayar frases y párrafos, en vez del lápiz óptico ese o cómo se llamé.

De la Fnac me he dirigido a La Concha. He bajado pero no hasta la arena. Me he quedado en las escaleras, sentado, fumando un cigarrillo mientras oía el sonido de las olas del mar, al frente, y el puto ruido de las obras, detrás. Se estaba nublando.

Al llegar al Buen Pastor, ha vuelto a salir el sol. Así que me he sentado en un banco que me gusta mucho y ahí sentado he sacado de la bolsa el libro de Mercedes Cebrián y he leído el primer poema.

Como eran cerca de las cuatro y media, me he levantado, pero sin apresurarme mucho, me he puesto en marcha para llegar a la ikastola, a la salida de mi sobrino de cuatro años.

Ya en casa, ahora mismo, después de quitarle las pegatinas del precio a los libros recién comprados, he encendido el ordenador, he abierto un nuevo documento de word, y me he puesto a escribir Por la mañana me he tomado un café con leche...

viernes, 25 de marzo de 2011

"La mitad de X o, por qué no, la mitad de la mitad de X"


Escribir sobre que no se puede escribir es una frase de Vila-Matas que me viene al pelo para escribir algo y no tener tan abandonadito este maldito blog que me gusta y odio según el caso. Para qué coño me metí yo en escribir un blog, con la pereza que da tener que contar algo nuevo de vez en cuando. Incluso, contar siempre lo mismo... El caso es escribir, no dejarlo morir.

Qué lata.

La cita de Vila-Matas seguramente no sea exacta porque la escribo de memoria, y tan desganado estoy que no hago el esfuerzo de coger el libro de la estantería y buscarla. Creo que pertenece a “Bartleby y compañía”.

Porqué no escribo en el blog (otras cosas sí escribo, poco, pero más que aquí, sí). Bueno, pues la respuesta es fácil: pereza, desgana.

Qué contar...

Me he comprado un e-book. Y estoy encantado con el cacharro. Tenía mis dudas con esto de los e-books, nada puede sustituir a los libros tradicionales, me decía. Los libros en papel seguirán existiendo siempre... No, el futuro, el presente ya, son los e-books (o lo que vengan después de los e-books –se llaman e-readers, pero a mí me gusta más e-books-). El papel se acabó. Ir a una librería a comprar un libro será algo que, incluso los lectores más compulsivos, haremos sólo muy de vez en cuando. Cada vez habrá menos librerías, cada vez se editarán menos libros en papel. Las editoriales ganarán menos dinero, los autores, menos todavía. Quien quiera ser escritor y ganarse la vida con ello, lo tiene, ahora, más difícil que nunca.

Ser leído, que es lo más importante que puede querer un escritor, creo que será más fácil.

Pero los escritores más leídos seguirán siendo los mismos. Los pequeños autores desconocidos seguirán siendo desconocidos, pero en vez de tener 100 o 200 lectores, con esto de los e-books podrán tener, quizá 500, quizá 1000 lectores.

No sé si la literatura digital será mejor o peor que la tradicional. Será distinta. Me refiero al modo de acercarnos a ella, a la literatura. En estos momentos, si alguien me preguntara, yo diría que los e-books han mejorado la literatura. Hablo de literatura y no del sector editorial...

Tengo un e-book desde hace dos semanas y he conseguido varias decenas de libros que hace años quería leer pero no encontraba. Por poner sólo dos ejemplos, bueno, venga, tres: “Glosa” de Juan José Saer; “Cuna de gato” de Kurt Vonnegut; “Una mirada a la oscuridad” de Philip K. Dick.

Son sólo tres ejemplos, pero hay muchos más (en la tarjeta de memoria de mi cacharrito).

Y la cuestión no es pagar o no pagar.

La pregunta, ahora mismo, viendo los precios de los libros digitales en las webs de las principales librerías y cadenas de librerías, la pregunta es, digo, cuánto pagar.

Tanto, no. Tanto, no.

No sé de cifras, pero digamos que si un libro en edición normal cuesta X, la edición de bolsillo debería costar la mitad de X.

¿Y la edición digital?

Pues no más que la edición de bolsillo, desde luego. Y un poco menos, pues mejor.

martes, 8 de marzo de 2011

"LA VIUDA EMBARAZADA" de Martin Amis; un fragmento


-El otro día leí algo –dijo Whittaker- que me hizo sentir ternura por los pechos. Los vi desde una perspectiva diferente. En términos de la evolución, dice el autor, los pechos tienen por objeto imitar al culo.

-¿Al culo?

-Los pechos imitan al culo. A manera de aliciente para que la relación sexual sea cara a cara. Cuando las mujeres evolucionaron hasta independizarse del estro. Seguro que sabes lo que es el estro.

Keith lo sabía. Del griego oistros, “tábano”, o “frenesí”. El período de celo. Whittaker dijo:

-Así, los pechos en forma de nalgas dulcificaban el trago desagradable de la postura del misionero. Sólo es una teoría. No, yo entiendo los pechos de Scherezade. Los caracteres sexuales secundarios en su forma platónica. El plan A para las tetas. Lo entiendo..., en principio. –Miró a Keith con afectuoso desdén-. No deseo estrujarlos ni besarlos ni hundir en ellos mi cara sollozante. ¿Qué hacéis vosotros con los pechos, chicos? Quiero decir que los pechos no llevan a nada, ¿no es cierto?

-Supongo que sí, que es cierto. Son una especie de misterio. Y un fin en sí mismos.



Traducción de Jesús Zulaika.

martes, 22 de febrero de 2011

"ACERTIJO EXISTENCIAL"

A comienzos de su madurez, a Z. se le plantea la siguiente disyuntiva:

a) Ser feliz pero no volver a tocar un libro en su vida.

b) Seguir siendo infeliz, pero continuar leyendo como siempre lo ha hecho.

¿Cuál de las dos opciones elegirá Z.?

viernes, 28 de enero de 2011

"LOS SINSABORES DEL VERDADERO POLICÍA"; Roberto Bolaño.



Mis críticas siempre son tremendamente subjetivas y por eso, precisamente, no las llamo críticas. A falta de un nombre mejor, digo que son reseñas. Cuando leo un libro lo único que me importa (o lo que más me importa) es que me guste a mí. Me da igual que sea o no un libro considerado una obra maestra por la crítica en general. Si me gusta bien, si no me gusta, pues bueno, seré yo el que no sepa apreciar la calidad de ese libro, pero no me voy a comer la cabeza pensando que qué mal lector soy si tal o cual obra me aburre muchísimo cuando todo el mundo dice que es la bomba.

Dicho todo esto para explicar que esto no es una crítica, pero tampoco una reseña de la última novela que han sacado de Bolaño. Sólo quiero decir algunas cosas que a mí me valen, quizás a otros lectores también:

“Los sinsabores del verdadero policía”:

Lo primero, ¿Es una novela?

Respuesta: sí. (Esto lo digo a raíz del artículo de Ignacio Echevarría en El Cultural del 21 de enero de 2011 en el que el conocido crítico se empeña, no sé porqué, en decir que no es una novela). Repito: sí es una novela.

Continúo: ¿Es una novela terminada?

Respuesta: no. Pero tampoco (me) importa.

¿Creo que "Los sinsabores del verdadero policía" es, en la medida en que puedo ser objetivo, una buena novela?

Es una muy buena novela en su conjunto. Pero irregular en sus partes. (Tiene cinco partes). Por separado, creo, sólo la quinta y última parte tendría ¿validez? sin tener que “interdepender” de las otras cuatro.

¿Me ha gustado?

Sí.

¿Me ha gustado más que “2666” o “Los detectives salvajes” o “Nocturno de Chile”, mis preferidas de Bolaño?

No.

¿Me ha gustado más que “El Tercer Reich”, la penúltima “aparición” de Bolaño?

Sí.

¿Me ha gustado más que otras novelas de Bolaño que sí publicó en vida, como “Monsieur Pain”, “La literatura nazi en América”, “Amuleto”, “La pista de hielo” o “Amberes”?

Respuesta: Sí.

Pregunta: ¿me han gustado todas las novelas de Bolaño?

Respuesta: no. Ni “Amberes” ni “La literatura nazi en América” me gustaron.

¿Recomendaría “Los sinsabores del verdadero policía”?

No. Pero es que tampoco recomendaría ninguna obra de Bolaño, porque creo que Bolaño es un autor muy especial, y no creo que pueda gustar a todo el mundo. La recomendaría pero dependiendo a qué persona.

Pregunta: ¿Se la recomendaría a alguien a quien ya haya leído otras novelas de Bolaño y le haya gustado?

Sí, pero con reservas.

Pregunta: ¿A quién se la recomendaría sin miedo?

Respuesta: sólo a los fans.

miércoles, 26 de enero de 2011

"Chronic City": la reseña.


Hace muchísimo frío.

(Es la peor primera frase de una reseña que he escrito nunca).

(Bueno, quizá no: seguro que he escrito peores. “Hace muchísimo frío” es, por lo menos, objetiva. Nadie puede estar en desacuerdo conmigo).

Decía que “Chronic City” de Jonathan Lethem era algo así como “El legado de Humboldt”, de Bellow + Woody Allen + Murakami.

Ahora que he terminado de leerla, me gustaría explicar lo de Bellow. Amén de añadir un nuevo elemento a la ecuación (no sé si puede llamarse ecuación, nunca pasé del notable raspado en matemáticas; pero fórmula no me gusta: me quedo con ecuación). El nuevo ¿elemento?:

“El show de Truman”, la película protagonizada por Jim Carrey.

Porqué “Chronic City” me ha recordado a “El legado de Humboldt”:

1) Porque en las notas del autor, al final del libro, se recoge que una de las frases de la novela está tomada directamente del libro de Bellow.

2) Pero aunque ver el nombre de Bellow ha tenido su importancia, la principal razón por la que “Chronic City” me ha recordado a “El legado de Humboldt” ha sido por el protagonismo que tiene la ciudad en la novela. Aunque en la novela de Bellow la ciudad es Chicago; en la de Lethem, Nueva York.

(Joder. Me estoy meando y no sé cómo seguir –terminar- la reseña. También tengo ganas de tirarme un pedo pero me da vergüenza decirlo. El niño ha venido de la ikastola acojonao de frío, diciendo que se iba a dormir para así no tener que volver por la tarde. Y se ha dormido. En la silla).

Podría seguir –terminar- la reseña explicando porqué puse Woody Allen y Murakami, y ahora “El show de Truman”. No sé si tengo ganas. Voy a intentarlo:

Woody Allen:

Por el humor, por esos protagonistas de clase media alta, o alta, directamente, cultos, encantadoramente neuróticos.

Murakami:

Por esos elementos que son fantásticos pero sin llegar a ser propios de la novela fantástica entendida como tal. Lindantes con la ciencia ficción pero sin llegar a ser ciencia ficción.

“El show de Truman”:

No voy a explicarlo porque es parte importante de la trama.

Y para terminar:

El libro cuesta casi treinta euros. Es caro de cojones, sí, pero no me ha pesado gastármelos en esta novela.

Esta vez, no.

Y para terminar (2):

La portada es muy fea. Creo que es la de la edición en inglés, al menos la de una de las ediciones (creo haber visto, en internet, claro, otra portada más bonita). Pero qué le vamos a hacer.