lunes, 31 de mayo de 2010

“Una alondra, una termita, y un monstruo de quince metros”


Esta tarde había ido a la librería con la intención de comprarme dos libros:

“Alondra y Termita”, de Jayne Anne Philips; y “Las teorías salvajes”, de Pola Oloixarac.

“Alondra y Termita” me interesaba (me interesa) por haber sido comparada con la obra de Carson McCullers. La autora de “El corazón es un cazador solitario” es una de mis escritoras favoritas, aunque la novela suya que más me ha gustado no es la más conocida, la que acabo de citar, si no “Frankie y la boda”.

De “Las teorías salvajes” ya hablé antes en “La soledad en agosto”. Bueno, a decir verdad, hablé de Pola Oloixarac, de, concretamente, la belleza de Pola Oloixarac. Llevo unos meses queriendo comprarme la novela, pero siempre he terminado postergándolo.

Y hoy lo he vuelto a hacer.

He comprado “Alondra y Termita”, sí, pero “Las teorías salvajes”, no (todavía, no). En su lugar, me he traído a casa “Los monstruos de Templeton” de una escritora estadounidense llamada Lauren Groff.

Que me haya decidido por esta novela tiene la culpa Lorrie Moore (otra de mis escritoras favoritas, una escritora que me encanta). En la contraportada de “Los monstruos de Templeton” se puede leer:

“Un audaz y hermoso libro (...) Lauren Groff es una novelista apasionante, dotada con una prosa elegante y una ambición narrativa tan profunda y seria como los misterios que plantea en su novela”. LORRIE MOORE.

También se puede leer un elogio de la obra de Groff por parte de Stephen King, uno de los grandes de la novela, más allá de los géneros.

Los editores de la novela de Groff parecen sorprenderse de que haya tenido elogios por parte de dos escritores tan diferentes... Ay, parece que no saben que, que un escritor escriba novelas de un determinado género no quiere decir que sólo lea novelas de ese género al que se dedica... Y los lectores..., los lectores también leemos novela negra, novela de terror, novela fantástica, y sí, también eso que llaman Literatura.

Bueno, además de por los elogios de mis admirados Lorrie y Stephen, tengo que decir que el argumento me ha atraído bastante:

Una joven universitaria emprende una búsqueda para averiguar quién es su padre. Esta sencilla pero seductora propuesta es la base del brillante debut de la joven norteamericana Lauren Groff, elogiada con entusiasmo por autores tan dispares como Lorrie Moore y Stephen King. Finalista del premio Orange para escritores noveles, la novela entró en la lista de libros más vendidos del New York Times. Confundida y agotada tras una desastrosa relación sentimental, Willie Upton abandona sus estudios de arqueología y cruza el país para regresar, en busca de sosiego, a su lugar de origen, el idílico pueblo de Templeton, en el estado de Nueva York. Sin embargo, al día siguiente de su llegada, la aparición del cadáver de un monstruo de quince metros en aguas del lago quiebra la tranquilidad del lugar. Por si eso fuera poco, Willie descubre que su madre, ex hippy y madre soltera, le mintió sobre la identidad de su padre, y lo máximo que ahora está dispuesta a admitir es que se trata de un hombre de Templeton. Así pues, cuando Willie comience a indagar en la historia y la mitología del pueblo saldrán a la luz otros tantos secretos de su árbol genealógico, y se establecerá una serie de inesperadas y reveladoras conexiones entre el pasado y el presente. Inspirándose en la fascinante saga familiar de los fundadores la ciudad de Cooperstown — entre quienes se halla el famoso escritor James Fenimore Cooper —, Lauren Groff narra una absorbente historia a través de la mirada apasionada, inteligente y poética de una joven que conquista la simpatía del lector desde la primera página.


miércoles, 26 de mayo de 2010

"Las tetas de Susana"


Una amiga me ha pedido que escriba sobre mis obsesiones. Que escriba sobre lo que me impide dormir por las noches. No escribir no me deja dormir. No leer hace que me revuelva en la cama. Leo todos, absolutamente todos los días. Pero no siempre lo hago bien. Quiero decir que a veces empiezo a leer un libro y lo dejo, porque no me gusta, o no me gusta lo suficiente. Porque quiero leer tantos libros que, a veces, mientras leo, pienso: mierda, este libro no es lo suficientemente bueno, estoy perdiendo el tiempo, debería leer ese otro que TENGO que leer. Entonces cojo ese otro libro, pero resulta que tampoco me gusta, o que no me gusta tanto como esperaba, así que también lo dejo. Y me siento culpable por abandonar un libro, y si abandono dos, pues el doble. De culpable.

Cosas que me obsesionan... Las mujeres, cómo no. La falta de mujeres en mi vida. El amor. Quiero tener una mujer. Dormir con ella todas las noches. Follármela. Chuparle las tetas. Me gustan los pezones grandes. No me importa tanto que las tetas no sean muy grandes, pero si los pezones son pequeños sí que me importa. Espero que, si algún día encuentro una mujer, no tenga los pezones muy pequeños. Sería una putada. Sería como ser un escritor frustrado, un tío que quiere escribir pero no lo hace, o escribe mal. Un chupador de tetas que chupa unas tetas, unos pezones, que no le gustan.

La soledad es otro de los temas que me obsesionan. Soy un solitario, y me gusta serlo. Busco la soledad. Sin embargo, la soledad que busco es una soledad especial. Una soledad compartida. Ahí entraría la mujer a quien le chuparía los pezones con gusto si los tuviera grandes; también unos pocos amigos. No muchos. No me gusta que me den la pelmada. Supongo que soy un poco cabrón, porque para que un amigo me llene, necesito que sea un amigo que me interese. Que me guste. Me es imposible mantener relaciones largas de amistad con gente que me aburre. Si no hay química, simplemente, prefiero estar en casa leyendo, SOLO, antes que estar con un tío con el que tengo poco de que hablar. O mucho, puede que a él le interesen algunas cosas que a mí también me gustan, los libros, claro; ah, pero el tío es un soso, me aburre. No es lo mismo hablar de libros con alguien que te guste, con el que tienes feeling, que con alguien con quien no tienes más que artificio. Así que me voy.

Si tuviera una vida llena no tendría TANTA necesidad de escribir. Ni de leer. Son dos cosas distintas, sin embargo. Leer y escribir. Escribo, escribiré, en cierto modo, para huir de la soledad. Aunque busco la soledad para escribir. Cuando leo, cuando leo algo que me gusta mucho, NUNCA me siento solo.

Las tetas..., no pude mamar de las tetas de mi madre porque se le pusieron malas y le tuvieron que operar. La primera teta que chupé pertenecía a una chica que se llamaba Susana. Tenía dos años más que yo, yo tenía quince. Fue ella quien me cogió la mano y me la condujo hacia su teta. La acaricié con extrema delicadeza, reconociéndola. Susana me preguntó quién me había enseñado a tocar así, y yo le respondí temeroso que a mí nadie: pensaba que me estaba echando la bronca, en lugar de estar haciéndome un cumplido. Susana tenía los pezones grandes, MUY grandes, y oscuros. Rugosos pero suaves a la vez. En un libro de Marguerite Duras, la franchuta los definía como una perla: suaves pero con tropiezos.

Hay otras muchas cosas que me obsesionan, pero por hoy ya me he descalificado confesado bastante.

miércoles, 19 de mayo de 2010

"La última noche en Twisted River" de John Irving.



Terminé de leer esta imprescindible novela el pasado lunes, a las tantas de la madrugada (lo comencé justo una semana antes, el lunes anterior). Fue cerrar el libro e invadirme un TERRIBLE vacío, una sensación de orfandad. La historia tiene más de 600 páginas pero yo no quería que se acabara. Que no se me entienda mal: la novela está acabada, no hay cabos sueltos. ¿Y ahora qué?, me dije. Ahora, ¿qué leo? Porque esta novela me ha llenado de tal manera que es muy difícil encontrar otro libro que me haga sentir algo parecido. Tendría que leerme otro de Irving, “Oración por Owen”, se me ocurre, o releerme “El mundo según Garp” (para mí el mejor del autor).

Hace diez días no conocía al cocinero Dominic, ni a su hijo Danny, el escritor. Tampoco a Ketchum, el leñador; ni a Jane la Piel Roja, ni a Pam la Seis Jarras, ni a Carmella, ni, ay, al pobre Joe; ni..., ohhhhh, a la Señora del Cielo.

Ahora, no los podré olvidar. Forman parte de mí.

A Carl lo tenía olvidado antes de terminar el libro... Como dice el narrador de “La última noche en Twisted River”: Carl era un personaje secundario con un papel secundario, aunque él se creyera el personaje principal.

Es muy difícil reseñar una novela de John Irving sin desvelar parte de la trama y de las escenas (esas escenas tan plásticas, inolvidables) importantes que se suceden a lo largo de la historia. Sin embargo, no voy a hablar de ninguna de esas escenas (aunque lo estoy deseando, ¡¡¡me muero de ganas de comentarlas con otros lectores!!!). No voy a contar nada de la trama ni ninguna otra cosa, no porque sea fácil hacerlo, no decir nada, sino porque creo que hacerlo, contarle a alguien (un futuro lector) lo que se va a encontrar, es una putada increíble. Tiene que ser el lector, el futuro lector, quien las descubra por sí mismo, quien las disfrute (él solo) por primera vez.

Así que, qué puedo decir...

Que “La última noche en Twisted River” es, tal vez no la mejor, pero sí una de las mejores novelas que estos días se pueden encontrar en las mesas de novedades de las librerías. Hay están, también, “El libro de los niños”, de A. S. Byatt, y la última novela de David Grosssman, por no olvidarnos de “La noche de los tiempos”, de Muñoz Molina. No sé si la novela de Irving es la mejor o no, de lo que si estoy seguro es de que las sensaciones que a uno le provoca esta historia, ponerle el pelo de punta, dar ganas de levantarse del sofá y ponerse a dar saltos, no lo hacen ninguna de las otras novelas que he mencionado.

Gracias, señor Irving. Gracias, muchísimas gracias, por el inmenso placer que he sentido (y también sufrido) en estos ocho días. Gracias por contar una historia tan llena de vida y de ternura, y tan cómica y triste a la vez. Gracias por sus personajes, que ahora también, como decía antes, son mis personajes.

Cuídese mucho, señor Irving. Queremos, sus lectores, seguir leyendo sus historias. Tenga cuidado con lo que hace, con los accidentes que nos acechan a todos a la vuelta de la esquina.

Pedirle, por favor, que si hace usted eso que ya sabe, por favor, no lo haga nunca con el coche en marcha. Hágalo con el coche parado, pero eso sí, que el coche esté SIEMPRE dentro del garaje. Y con la puerta bien cerrada.

Adiós, señor Irving. Le veré pronto. No sé si en “Oración por Owen”, u otra vez en “El mundo según Garp”, o quizá en “La novia imaginaria”...

Pero allí estaré.

lunes, 17 de mayo de 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

"Tentativa de eternidad"



Me despierto a las ocho y media pero me vuelvo a dormir y me quedo en la cama hasta las diez. Después de desayunar, remoloneo un poco por la casa: enciendo la tele, me tumbo en el sofá, navego por internet. Luego, salgo un rato a hacer deporte. Vuelvo a casa y me ducho. Después de comer, me tumbo unos minutos con la luz encendida. Me cambio de ropa y voy a dar una vuelta. Hace sol y sopla un viento fresco muy agradable. Entro en la Fnac. Busco la última novela de John Irving. La encuentro y sigo ojeando libros. No veo ningún otro que me guste. Veo a Carmelo C. Iribarren. Coincido con él muchas veces, en la Fnac y en otras librerías, aunque sobre todo en la Fnac. Me pregunto si se ha fijado en mí, como yo lo he hecho en él. Cuando ves tantas veces una misma cara y siempre en un mismo sitio acabas por sentir una cierta familiaridad. Me acerco a la pequeña pirámide con los ejemplares de “La última noche en Twisted River”. Elijo uno que no tenga ningún defecto, no me gusta comprarme un libro que tenga las solapas dobladas o pequeños golpes en los cantos. A estas horas de la tarde no hay nadie en la cola de caja. Saco dos billetes y pago mi libro. Me lo devuelven en una bolsa de papel marrón. Como todavía es pronto, decido sentarme un rato en un banco del Buen Pastor a tomar un poco el sol y fumarme un cigarrillo. Pero cuando llego, me doy cuenta de que al banco en el que me gusta sentarme no le da ya el sol: las hojas de los árboles han crecido y ahora no es un banco al sol, es un banco a la sombra. De todas formas, me siento. Enciendo el cigarrillo y miro a la gente pasar. Se está muy a gusto. Quisiera que este momento durara no eternamente, pero sí más tiempo. Recuerdo que no he traído la cámara de fotos, pero tengo el móvil. Lo saco del bolsillo, selecciono la función de cámara fotográfica, enfoco y le doy al botón.

martes, 4 de mayo de 2010

“Chuck Kinder y la novela que tardó 25 años en escribir”




Raymond Carver y Richard Ford eran amigos, es algo que (casi) todo el mundo conoce. Menos conocida es, al menos por estos lares, la amistad entre el autor de “Catedral” y el protagonista de esta entrada: Chuck Kinder, autor de “Lunas de miel”.

Mi descubrimiento de Chuck Kinder fue más o menos así:

Una tarde de hace dos o tres años, fui a la biblioteca en busca del libro de memorias de la primera esposa de Carver, Mary Ann Burk, titulado “Así fueron las cosas” y publicado por Circe. Lo encontré. Me puse a hojearlo y entonces leí que Circe también había publicado una novela escrita por un amigo suyo, un tal Chuck Kinder. Que dicha novela se titulaba “Lunas de miel”, y estaba protagonizada por dos escritores, trasuntos de Raymond Carver y el propio Kinder. En la misma biblioteca busqué la novela. La encontré. Me la llevé a casa.

Ya en casa “googleé” un poco y así me enteré de que a Kinder escribir esa novela le había costado veinticinco años de su vida. Que Michael Chabon había sido alumno de Kinder y que, parece, el autor de “Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay” se basó en Kinder para su personaje Grady Tripp, aquel profesor y escritor de “Chicos prodigiosos” que lleva un montón de años escribiendo una novela que no va a terminar nunca.

Leí “Lunas de miel”. Me encontré con una buena novela, aunque, vaya..., uno esperaba algo más grande teniendo en cuenta los 25 años de redacción... Descubrí a un Carver muy distinto del de sus relatos. Menos sobrio, y no, no es un chiste.

Para terminar, citar otras dos obras en las que aparece Raymond Carver como personaje literario: protagoniza un cuento (junto a Richard Ford) del último libro de relatos de Miguel Ángel Muñoz, “Quédate donde estás”. Y también aparece en el estupendo “El ángel literario”, de Eduardo Halfón, publicado por Anagrama.