Estoy enfermo. Casi nunca me pongo enfermo.
Enfermo de verdad, me refiero. Imaginariamente, la enfermedad me acompaña a diario.
Estoy enfermo, hoy y ayer, de verdad, y estoy triste. Días sin salir de casa, desde el lunes. Me aburro y empieza a salir el sol. Y me gustaría ir a dar un paseo. Quizá me sentara bien, quizá me pusiera peor.
Casi nunca me pongo enfermo.
Es por eso que, cuando lo hago, lo llevo fatal. Supongo que un enfermo habitual lo llevaría mejor; pero claro, un enfermo habitual querría tener mi suerte: la de estar enfermo sólo dos o tres veces al año.
Aunque esas dos o tres veces al año sean tediosas y tristes, sobre todo tristes.