martes, 29 de junio de 2010

“Los juegos de la infancia son universales”


Durante estos días en los que he estado ausente de “La soledad en agosto”, he leído “Una vez Argentina”, la novela de Andrés Neuman. Es la novela que a todo escritor que haya tenido la suerte de tener una familia feliz le gustaría escribir. Ojalá pudiera yo escribir una novela así, un “léxico familiar” con el que mis nietos o sobrino-nietos pudieran conocer cómo, quiénes fueron sus bisabuelos y abuelos, tíos y tías...

En un momento del libro, Neuman cuenta cómo sus compañeros de colegio y él juegan a darse por el culo. A ver: juegan a fingir que se enculan. Pero, claro, no lo hacen (de verdad, vamos, que es por encima del pantalón, y sin penetración, claro, que son niños...). Vaya, pues si nosotros también jugábamos a eso: uno cogía a un compañero desprevenido por detrás y empezaba a darle empellones, mientras exclamaba, ah, ah, o oh, oh., o cualquier otra burrada.

Bueno, creo que el juego sigue en boga, ya sea en Argentina, en España o en Japón. Y ahora que lo pienso, seguro que no sólo los niños lo juegan...

Ejem..., no sé qué tono está adquiriendo este blog. Se suponía que iba a tratar sobre libros. Algo serio...

jueves, 17 de junio de 2010

"CERRADO POR NO-VACACIONES; OTRA VEZ"

Algo menos de dos semanas. Espero que pasen rápido. A los ladrones que navegan por la red para saber quiénes se van de vacaciones o de viaje laboral, para así poder mangar sin molestias de los propietarios de la casa, decirles que la mía seguirá ocupada (y vigilada).

"Algo pasa con Clara"


No sé qué tiene el nombre de Clara, pero debe ser uno de los más usados en la narrativa en español de los últimos años. Estos son algunos ejemplos; sé que hay muchos más:


-“Clara y la penumbra”, de José Carlos Somoza.

-“Viaje con Clara por Alemania”, de Fernando Aramburu.

-“El estatus”, de Alberto Olmos (novela protagonizada por dos Claras: Clara y Clarita).

-“Clara y Julio”, de Juan José Millás.

-“La ciudad en invierno”, de Elvira Lindo (la protagonista de estas historias se llama, CLARO, Clara).

-“Electrónica para Clara”, de Guillermo Aguirre.

-“La ciudad del diablo”, de Angela Vallvey (una mujer aparece asesinada, su nombre: Clara).

-“Clara Venus”, de Nere Basabe (aquí un punto de originalidad: Claire Marie).

-“La biblia de barro”, de Julia Navarro (Clara...Tannenberg).

-“La enredadera”, de Josefina Rodríguez Aldecoa (si Millás escribió una novela sobre Clara y Julio, la viuda de Ignacio Aldecoa lo hizo sobre Clara y Julia).

-“Y punto”, de Mercedes Castro (mujer y policía, su nombre: Jacobo Clara Deza).


Hay que hacer notar que salvo “La enredadera”, que es de 1984, el resto de las novelas que utilizan el nombre de Clara, han sido publicadas en un espacio de sólo nueve años.

No más Claras, por favor.

(Confieso que una vez empecé a escribir una novela cuya protagonista se llamaba...CLARA; luego lo cambié).



miércoles, 16 de junio de 2010

"Perduring love"; ¿un cuento?


Julián llegaba tarde, aunque esta vez su retraso no era involuntario. Marta le esperaba en el sofá, los brazos cruzados, sin mirarle. Julián había tenido que tocar el timbre y empujar la puerta del portal. Ya no tenía llaves. Subió en el ascensor y al salir encontró la puerta de la casa abierta.
No se sentó.
-Tú dirás.
-Lo que está a la izquierda es tuyo.
Julián miró la mesita de cristal. El lado izquierdo estaba vacío.
-Francamente..., si lo que pretendes es provocarme, no lo vas a conseguir. Ya no, Marta.
-Lo que está a la izquierda de la mesa es tuyo. Mira bien.
Julián miró la mesita atentamente. En el lado derecho había una caja de galletas de hojalata (el cofre de las fotos), dos montones de libros, varios cds y unas figuritas de porcelana.
El lado izquierdo seguía vacío.
-Bueno, ya está. Me voy. Cuando hayas recuperado la cordura puedes llamarme.
-Quieres hacer el favor de mirar BIEN.
-Ahí no hay nada, hostia –respondió Julián. Entonces lo vio:-Dios mío, no me acordaba de eso.
-Bien. Cógelo y vete. Vete ya.
Julián no reaccionaba. Se había quedado mirando el objeto. Se acercó a él, extendió una mano, los dedos estirados. No se atrevía a tocarlo.
-Esto es...
-Sí. Haz el favor de cogerlo y lárgate. Ya.
-No..., no me lo puedo creer. ¿Dónde estaba?
-En una caja vieja de zapatos, donde guardaba las entradas de los conciertos a los que íbamos, los resguardos de los cines, una concha que cogí una vez en la playa...
-Me lo llevo.
-Sí, llévatelo. Para eso te he llamado. Cógelo y vete. Para siempre.
-Me lo dio mi padre, ¿sabes? Él lo llevaba siempre. Era..., es de oro. Le costó mucho dinero.
-Y tú, buen hijo, lo dejaste por ahí tirado y no te habías acordado de él.
-...
-...
-Ésa es la caja de las fotos.
-Sí.
-¿No tengo derecho a llevarme algunas?
-Ya no hay fotos.
-¿Qué ya no hay fotos?
-No, ya no hay fotos. Las quemé. Mira.
-Entiendo. Me llevo la caja, entonces.
-La caja es mía. La traje yo, de casa de mis padres. Es una caja antigua. Bonita.
-Bueno, entonces me llevaré los libros.
-No has leído un libro en tu puta vida. Déjate de hostias. Haz el favor de coger el jodido alfiler de tu padre y lárgate de una vez.
-Te estás repitiendo...
Lárgate, lárgate, buh. Esta también es mi casa, ¿sabes?
-Ya no.
-¡La sigo pagando!
-¿Quieres algo más, eh? Lo sabía. No te basta con el alfiler, claro. No usas corbata... Llévate los cds. Los he puesto ahí..., sabía que querrías algo más.
-No quiero los cds. Son una mierda.
-Típico de ti.
-Si has puesto los cds para que me los lleve, y las figuritas de porcelana y los libros, ¿por qué no puedo llevarme los libros?
-Los he puesto ahí porque sabía que los ibas a pedir. Quería darme la satisfacción de negarte algo.
-¿Y las figuritas de porcelana?
-¿Qué figuritas, éstas? –les dio un manotazo y cayeron al suelo, rompiéndose-¿Las quieres? Puedes llevártelas.
-Estás pirada. Siempre lo has estado.
-Coge los cds y el puto alfiler y lárgate.
-¿Qué cds? –los tiró al suelo, con fuerza-No, dejo que te los quedes tú.
Entonces cogió un libro con las dos manos. Intentó romperlo. Al hacer fuerza se le escapó un pedo.
-El gran hombre ha hablado.
-Mierda. Me voy. Ahí te quedas.
-Sabía que me dejarías con lo mejor de ti.
-¡Bruja! Me largo.
-Te olvidas del alfiler.
-Que le den por el culo al alfiler.
-Era de tu padre.
-Que le den por el culo a mi padre.
-Que le den al tuyo.
-Eso he dicho, que le den al mío. ¿Estás sorda?
-Oh, perdón.
-Oh, sí, perdón.
-¿Te vas ya?
-SÍ.
-Quédate un poco más.
-¿...?
-¿No me das un beso?
-Vale.
-Adiós.
-Adiós.
-Ay, ¿qué ha sido eso?
-El alfiler, te he pinchado el culo.
-Pillina.

lunes, 14 de junio de 2010

jueves, 10 de junio de 2010

"Borges y el Mundial"



Hace algunos meses, John Carlin, el autor de “El factor humano”, vino a San Sebastián a presentar su libro. Le hicieron una entrevista en la televisión local. Le preguntaron si le gustaba la ciudad.

-Claro. Mucho. He estado más veces. Lo que más me gusta es la comida. Los pintxos..., es increíble: entras en el peor bar de la ciudad, el bar más feo y más sucio que te puedas encontrar, y sin embargo, te pides un pintxo...¡y es el mejor pintxo que has comido en tu vida!

Algo similar pasa con Borges. Coges un libro suyo, uno de los menos conocido, empiezas a leer un cuento. No has oído hablar nunca de ese cuento (no es “Funes el memorioso”, ni “El aleph”, ni “El otro”, ni siquiera “Hombre de la esquina rosada”) y sin embargo..., es, si no el mejor cuento que has leído, sí uno de los mejores. No le sobra una frase, una puta coma; no le falta una palabra, un punto...

El próximo lunes 14 de junio se cumplen veinticuatro años de la muerte de Borges. El escritor moría en Suiza mientras, a miles de kilómetros, Argentina ganaba el Mundial. Maradona and company.

A Borges siempre lo veo en blanco y negro. A Cortázar también. Y a Bioy, aunque Bioy murió hace poquito, en 1999.

Han pasado veinticuatro años pero a mí me parecen más. Veinticuatro años son muchos años, pero tampoco tantos. Como escribí una vez, hablando de las bodas de plata de mis padres: entonces, cuando las celebraron, veinticinco años parecían muchos...; pero ahora, que pronto cumplirán los cincuenta..., veinticinco parecen pocos.

Yo tenía ocho años cuando Borges murió. O no, tenía siete; me quedaban un par de meses para cumplir ocho. Ni sabía que Borges existía, claro. Puede que tampoco supiera mucho de Maradona. Bueno, algo sí sabría: que era futbolista y tal. El mejor del mundo. El fútbol no me gustaba mucho, entonces. Pero sí recuerdo el Mundial de México, una sola cosa. Pero una sola cosa, un solo recuerdo, es mucho.

Una tarde de sol. Jugando en el barrio. Compré algunas golosinas. Chicles y demás. Los chicles traían unas pegatinas de fútbol, del Mundial. Le regalé una a L., un amigo de clase. Más tarde, fuimos a su casa. L. le enseñó a su madre la pegatina que yo le había regalado.

-Me la ha dado Nathan –le dijo.

-Qué bien.

FIN. Eso es todo lo que recuerdo de México 86. (Años más tarde L. y yo tendríamos una pelea importante; importante entonces, cosas de niños ahora).

FIN...

Es la una y pico de la mañana. Otra noche de insomnio. Estoy escribiendo tumbado en la cama, la espalda apoyada contra la pared, el pie derecho descansando sobre el armario. No sé si voy a entender la letra, mañana, si decido pasar este pasatiempo nocturno a ordenador para colgarlo en el blog...

Una última nota antes de irme a la cocina a comerme un yogur (otro pasatiempo contra el insomnio):

LECTURA RECOMENDADA: “La traición de Borges”, de Marcelo Simonetti, editorial Lengua de Trapo.

lunes, 7 de junio de 2010

"No tengo título para esta entrada"

Te has empeñado en escribir un cuento en un cuaderno moleskine. Pero cada vez que te sientas a la mesa y abres el cuaderno, el bolígrafo BIC en la mano, te entra miedo y piensas que no vas a escribir nada que merezca la pena. Que merezca manchar el cuaderno. Pero el cuaderno no es más que un simple objeto, un montón de hojas acumuladas. Los cuadernos, vacíos, no valen nada. Ahora, este lunes, estás solo en casa y te sientes triste. Siempre estás solo y siempre es lunes, así que no sabes porqué, precisamente hoy, estás triste. Más triste de lo normal. Has salido a dar una vuelta, hace un par de horas. Te has sentado en un banco al lado de la catedral a fumar un cigarrillo. Mirabas al suelo y pensabas en lo triste que estabas, y en si los demás, la gente que pasaba por delante de ti, se daría cuenta de que estabas triste. Querías que supieran que es tristeza lo que te obligaba a bajar la cabeza, y no aburrimiento. Cuando has vuelto a casa, te has tomado un vaso grande de café, pensando que eso te animaría. No ha sido así. Quieres llorar pero no puedes. Crees que te vendría bien hacerlo, llorar. Pero tendrías que esforzarte demasiado. Confías en que mañana estarás mejor. Pero aún queda media tarde y toda la noche para que llegue mañana, así que tendrás que aguantarte. Una vez, hace mucho tiempo, cuando estabas triste, te tirabas en la cama y ponías la cara contra la almohada. Y llorabas. Hace unos días viste hacer algo parecido a tu sobrino pequeño: estabais todos en la cocina, felices (bueno, quizá tú no estuvieras feliz, pero triste no estabas). Entonces, tu hermana, la madre de tu sobrino, se fue. Pero tu sobrino no se dio cuenta. Lo hizo después, cuando salió de la cocina y empezó a llamar a su madre, feliz, porque quería contarle algo. Cuando vio que su madre se había ido, tu sobrino se puso contra la pared y empezó a llorar desconsolado. Tú le mirabas y te reconocías en él, recordabas como era llorar así, cuando tenías tres, cuatro años. Quisiste abrazarle, consolarle, pero él no se dejaba. Más tarde, tu hermana, la madre de tu sobrino, volvió. Y tu sobrino volvió a sonreír. Y ahora, estás aquí, y sabes que a ti nadie vendrá a consolarte. Que lo único que te espera en la vida son ausencias.

jueves, 3 de junio de 2010

"Los monstruos de Templeton" de Lauren Groff

Lauren Groff sentada con un viejo

En alguna parte leí que Guillermo Schavelzon (agente literario) recomendaba a los escritores noveles que, a la hora de presentar sus obras a un agente o a una editorial, fueran capaces de resumir la novela que habían escrito en una sola frase. Creo que es un buen consejo, aunque yo lo utilizo de otra manera: si estoy escribiendo una novela, tengo que ser capaz de decir qué estoy escribiendo con una sola frase. Si necesito muchas frases, o párrafos, para explicarme a mí mismo de qué va mi novela, es que no tengo muy claro qué estoy escribiendo.

Sin embargo, hoy voy a utilizar ese consejo de Guillermo Schavelzon para intentar resumir una novela leída:

“Los monstruos de Templeton” parece una novela escrita por una crecidita (eso, sí) Lisa Simpson.

Nota no mental número uno: tengo que mejorar la frase, la idea es esa, sí, pero está muy mal construida. Una auténtica chapuza.

Nota no mental número dos: he escrito la nota mental uno como excusa para no tener que escribir (y mejorar) la frase con la que he intentado decir qué es “Los monstruos de Templeton”.

Nota no mental número tres: he escrito la nota mental número dos para que se sepa que soy consciente de lo cutre que me ha quedado la reseña de la novela de Lauren Groff.

Nota no mental número cuatro: es probable que alguien me acuse de haber pretendido (sin conseguirlo) ser ingenioso. Si esto pasara, negarlo tajantemente. Diré que lo que he pretendido ser es creativo.

Nota no mental número cinco: por ahora, no hay más notas no mentales.

miércoles, 2 de junio de 2010

"Epi y Fanía"


Esta tarde estaba leyendo en el sofá el último número de la revista Qué leer, concretamente el perfil que le dedica Diego Gándara al escritor argentino Fogwill, cuando en la tele (que en ese momento tenía encendida y sintonizada en TVE1) ha aparecido el señor de la foto de abajo.

martes, 1 de junio de 2010

Ladrón de frases (3)


Antes de morir le dijo a Inés: "Escribí un promedio de cinco horas diarias durante treinta años. Eso da un total de 55.000 horas, sin contar el tiempo que pasé leyendo. No viví, mi amor. No viví.

Sergio Bizzio, Era el cielo.