jueves, 30 de septiembre de 2010

"Todo esto sucedió, más o menos" (más sobre Vonnegut)

Minutos después de escribir la anterior entrada, he cogido mi ejemplar de Matadero cinco de la estantería y me he puesto a buscar las frases que en su día (en diciembre de 2004, así lo escribí a lápiz en la primera página) subrayé cuando lo leí.

Tengo subrayado todo el primer párrafo:

Todo esto sucedió, más o menos. De todas formas, los partes de guerra son bastante más fieles a la realidad. Es cierto que un individuo al que conocí fue fusilado, en Dresde, por haber cogido una tetera que no era suya. Igualmente cierto es que otro individuo, al que también conocí, había amenazado a sus enemigos personales con matarlos por medio de pistoleros alquilados. Y así sucesivamente. He cambiado los nombres de los personajes.

La primera frase me parece genial. Si la frase hubiera sido, simplemente, todo esto sucedió, no habría dejado de ser una frase totalmente vacía, un recurso (malo) para engatusar al lector.

Pero Vonnegut le añadió ese más o menos, y con esas tres palabras, la frase gana muchísimo. El autor está haciendo una concesión, está confesando (¡en la primera frase!) que no todo lo que va a contar ha sucedido realmente, pero mucho sí, y es eso lo que hace que el lector, desde esa primera frase, se tome el libro que va a leer como algo más que una ficción. Y luego remata el párrafo con he cambiado los nombres de los personajes.

También habría que destacar las frases que forman el centro del párrafo, y el tono, coloquial, de éste (que yo creo que le da más poder de persuasión, mucho más, opino, que si el tono hubiera sido formal, tipo informe o parte de guerra, o crónica periodística). Pero a mí, personalmente, me interesan esas dos frases –la primera y la última-, a pesar de la contundencia que tiene también, por ejemplo, la tercera frase, la de la tetera.

Ese primer párrafo promete mucho, despierta la curiosidad del lector. Y hay que decir que en muchas ocasiones el lector queda decepcionado: le han abierto expectativas (ya sea con un primer párrafo, con un primer capitulo, con una reseña, o con la recomendación de un lector amigo) pero éstas no se han cumplido.

Obviamente, me refiero a otras novelas, ninguna en concreto, pero no a Matadero cinco, porque Matadero cinco no decepcionará a nadie.

"Mire al pajarito" de Kurt Vonnegut



La editorial Sexto Piso acaba de editar en español Mire al pajarito, un libro que incluye catorce cuentos inéditos y una carta del escritor estadounidense Kurt Vonnegut. En un primer momento, cuando supe de esta recuperación, me dije que por qué no reeditaban la obra de Vonnegut en lugar de publicar unos cuentos que el escritor habría dejado por ahí perdidos.

Matadero cinco, la novela más conocida de Vonnegut, puede encontrarse fácilmente en cualquier librería (Compactos, Anagrama), y también su último libro, Un hombre sin patria; sin embargo, títulos mayores de su obra (junto a Matadero cinco) como Las sirenas de Titán, Cuna de gato o Madre noche hace tiempo que están agotadas (Las sirenas de Titán la reeditó hace poco en bolsillo Minotauro, pero la tirada ya está agotada y urge una nueva).

Bien. Ayer me compré el libro, Mire al pajarito. Sólo he leído dos cuentos (y la carta, fechada en febrero de 1951), pero ya me he dado cuenta de que la pregunta que me hice hace unos días no era correcta.

No.

La pregunta no es por qué no reeditan las mejores obras de Vonnegut en lugar de publicar unos cuantos cuentos inéditos.

No, no.

La pregunta, el deseo, es: por qué no reeditan las mejores obras de Vonnegut además de estos fabulosos cuentos que, sí, estaban inéditos.

Porque sí, he leído sólo dos cuentos. Pero estos dos cuentos me han gustado tanto que lo que uno sólo puede decir al respecto de su publicación, de su ¿rescate?, es:

Gracias.


En la foto, una modelo que se parece a la farmacéutica de mi barrio luce una camiseta inspirada en la obra de Vonnegut.

lunes, 13 de septiembre de 2010

“Otro cuento de Alberto Atroz”


No mucho tiempo después de la tarde en el cine con Carolina, Alberto Atroz pudo por fin tocar un coño (pero no nos adelantemos...).

Era un sábado por la tarde, y toda la pandilla de amigos habían quedado en la esquina de la calle Easo para ir a una discoteca de sesión de tarde. Alberto fue uno de los primeros en llegar. Saludó a Mikel y a Raúl. Al poco llegaron juntos Jon y Gorka. Entonces apareció Pablo...

Pablo y ¡una rubia despampanante!

-Pero qué coj...

-¿Quién es esa tía?

-Es su prima, la checoslovaca. Ha venido de vacaciones.

-¡Joder!

Era rubia, como ya hemos dicho, y muy alta pero no demasiado delgada, y llevaba un vestido de verano negro ajustadísimo que marcaba todas y cada una de sus maravillosas curvas.

Pablo presentó al pivón a sus amigos. Es mi prima, decía. El pivón, que se llamaba Katja o Kapta, no hablaba ni hostias de español.

Llegaron a la discoteca. Empezaron a bailar. Kapka o Katja no debía saber muy bien con quién estaba (o quizá sí, quizá lo supiera demasiado bien...), porque bailaba de una manera que sólo le faltaba ponerse en pelotas y tirarse en el suelo y abrirse de piernas para resultar más provocativa.

Cada uno de los amigos se acercaba a ella y le decía algo. Katja o Kaka se reía, sin entender ni jota. Luego apartaba la vista del amigo de su primo y volvía a lo suyo, es decir, a poner el culo en pompa y mover las caderas y el torso a un ritmo extrañamente repetitivo (uno-dos-uno-dos-uno-dos-dos-dos-dos...).

Cuando cerraron la discoteca, a las diez de la noche, fueron a la playa. Se sentaron en la arena, haciendo un círculo alrededor de Katia o Karla, y todos menos Pablo volvieron a la carga.

Intentaban hacerse entender: tú, decía Mikel señalando a la moza, y yo, se señalaba a sí mismo, nos vamos a... y se abrazaba a sí mismo y daba besos al aire.

No, no, negaba con la cabeza, aunque sonriendo, Karma o Kalta.

Le llegó el turno a Alberto. Alberto era muy guapo, os recuerdo. Hizo, más o menos, la misma pantomima idiota que habían hecho todos y cada uno de sus amigos.

Entonces, Karta o Kappa, sonrió, llevó su mano a la arena y con un dedo dibujó un grande OK rodeado por un círculo.

-¡Toma! Lo sabía –exclamó Alberto, y se levantó y cogió a Katja de la mano y se la llevó a una parte de la playa donde apenas había gente ni luz.

Alberto se puso las botas. Le estrujó las tetas, le chupó los pezones, le acarició las piernas, el culo, le metió el dedo en el coño... La dejó más babeada que a un sello.

Pero Katja se tenía que ir. Pablo había dicho que sus tíos le habían hecho prometer que volverían temprano a casa. Alberto volvió a coger la mano de Katia y la llevó de vuelta donde esperaban sus amigos.

Antes de que Pablo y su prima se fueran, Alberto agarró a la rubia y le metió la lengua hasta el estómago. Era su forma de decirle adiós.

Alberto miró a sus amigos. Sonreía de oreja a oreja.

-Bueno, ¿qué? –le preguntaron-, ¿te has enrollado con ella?

-¿Es que no habéis visto el morreo que le acabo de dar?

-Y qué, ¿has tocado algo?

-¡Que si he tocado! –Alberto estaba casi saltando- Joder, tíos, ha sido la hostia. Le he tocado las tetas, el culo, se las he chupado, las tetas, le he metido el dedo en el coño, le he...

-¡Anda ya! Fantasma.

-¿No os lo creéis?

-¡NO!

-Ah, ¿no? –Alberto tenía un as en la manga-. Pues a ver qué me decís de esto. Mirad, OLED.

Y siempre sonriendo, Alberto le puso su mano derecha delante de las narices a Mikel.

-¡Hostia tío! –exclamó Mikel, apartando la mano de Alberto con fuerza-. ¡Apesta!

Alberto se quedó confuso. Se llevó el dedo a la nariz...

-Huele..., huele a mierda –dijo.

-¡Joder Alberto! No le has metido el dedo en el coño, ¡se lo has metido en el culo!

Y Alberto sólo alcanzó a decir:

-Joder, tío, estaba oscuro... –y se quedó mirando su dedo corazón sin saber muy bien qué hacer con él.

-¿Cómo era que se llamaba? –preguntó Jon.

-Kaka –dijo Mikel.

jueves, 2 de septiembre de 2010

"Dientes blancos" de Zadie Smith



Necesito una buena primera frase para poder escribir una reseña (o cualquier otra cosa, ya sea un cuento, un cutrecuento o un recuerdo). Si la primera frase me gusta, las siguientes me salen solas. Normalmente no las pienso, las primeras frases; se me ocurren cuando estoy haciendo cualquier otra cosa (he repetido “cualquier otra cosa”, pero me da igual, esto no es un ejercicio de estilo), viendo la tele, dando un paseo, leyendo un libro. Entonces, si tengo una hoja y un boli o un lápiz a mano, la apunto. Si no tengo nada con que escribir, procuro memorizarla. Pienso que las mejores primeras frases que he escrito son éstas, las que he encontrado sin pensar. En cambio, si me siento delante del ordenador o de un folio en blanco, no me salen tan bien. Me esfuerzo y se nota, pero para mal. Escribo, esforzándome, primeras frases demasiado rebuscadas, demasiado... (hace unos segundos había encontrado una palabra genial pero se me ha olvidado; tengo que hacer tiempo para recordarla...), demasiado..., piensa, tío, piensa, qué palabra era..., tenía que ver con esfuerzo..., ¡hostia no me acuerdo! Empiezo a leer lo escrito desde el principio, a ver si así...

Dos minutos y la mente sigue en blanco...

...demasiado poco naturales, pero no era esto lo que se me había ocurrido...

...me voy a buscar el diccionario de sinónimos...

...he encontrado “enrevesadas”, y “embrolladas”, pero tampoco eran ninguna de estas dos la palabra que, creo, me había gustado tanto para definir una primera frase demasiado...

...pero me rindo, tendrán que valer, “poco naturales”, “enrevesadas” o “embrolladas”...

...me parece que la palabra que busco tenía una F, y empezaba por E, pero empiezo a pensar que, a lo mejor, esa palabra no existe...

A partir de aquí comienza la reseña de verdad:

Esta novela me ha sorprendido y eso que ya había leído antes una novela de Zadie Smith, concretamente “Sobre la belleza”, la que hasta ahora es –al menos ya traducidas al español- su tercera y última novela.

“Sobre la belleza” es un remake de “Regreso a Howard’s End”, la novela de E. M. Forster. Leí la novela de Zadie y meses después la de Forster y, sinceramente, creo que haber leído primero “Sobre la belleza” enriqueció mi lectura de “Regreso a Howard’s End”.

Me gustó tanto “Sobre la belleza” que me dije que tenía que leer más novelas de esta chica. Así que me compré la edición en bolsillo de “Dientes blancos”. Sin embargo, no ha sido hasta este verano (no sé si dos o tres años después) cuando por fin la he leído.

Y como digo, me ha sorprendido, porque a pesar de que “Sobre la belleza” era muy buena, creo que “Dientes blancos” es mejor.

Hay quienes acusan a Zadie Smith de escribir bajo el modelo de las novelas del siglo XIX, concretamente, dicen, de Jane Austen.

¡Paparruchas!

Claro que la estructura de las novelas de Zadie Smith son propias de la llamada novela tradicional, pero el estilo no. El estilo es totalmente propio del posmodernismo. Aúna tradición y, vale innovación u originalidad, no, pero sí frescura. Mucha frescura.

“Dientes blancos” es, como “Sobre la belleza”, una novela de familia/s. Tenemos, por un lado, a Archie y Clara (¡hostia, otra Clara!) que son marido y mujer y tienen una hija: Irie. Archie es blanco, inglés, y vejete, mientras que su mujer, Clara, es negra, joven, descendiente de jamaicanos (y testigos de Jehová, toma, toma, ¡toma!). Archie tiene un amigo, Samad, vejete como él, pero bengalí (bengalí, no pakistaní, y tampoco bangladeshí, y mucho menos indio). Archie y Samad se conocieron en la Segunda Guerra Mundial. Años después, en la década de los setenta, vuelven a retomar su amistad. Samad se casa (matrimonio concertado) con Alsana, también bengalí, también joven como Clara. Samad y Alsana tienen dos hijos, gemelos: Millat y Magid.

Con tanta disparidad de nacionalidades, razas, religiones (Archie es ateo, Samad musulmán), podría pensarse que el tema de la novela es la integración en la sociedad inglesa. Y sí, ese es uno de los temas de la novela, pero no EL TEMA de la novela. Porque el tema de la novela es el CONFLICTO GENERACIONAL, ya sabéis: los hijos crecen, llegan a eso tan jodido –y divertido- que es la adolescencia, y entonces, BUM, hijos contra padres, padres contra hijos, los propios padres contra ellos mismos...

A todo esto aparece en escena una nueva familia. Los Chalfen (y el chalfenismo). Los Chalfen son todo lo contrario que las familias de Archie y Samad. Son ingleses (aunque desciendan de polacos, pero de eso no se acuerdan), cultos, inteligentes, educados, comprometidos con el progreso social y tecnológico.

Los Chalfen serán, al mismo tiempo, refugio e inspiración para los hijos de Archie y Samad, pero también fuente de problemas.

Quedan en “Dientes blancos” otros personajes memorables, aparte de los ya expuestos. Está la madre de Clara, la señora Bowden, esperando que llegue el fin del mundo anunciado por los testigos de Jehová. Y Mangal Pande, un antepasado de Samad, héroe o simple idiota de la primera rebelión (1857) contra el colono inglés. También hay un par de lesbianas, encantadoras, y la señorita Poppy Burt-Jones, pelirrojísima y blanquísima, con la que se enrolla, más o menos, el moreno de Samad. Y todavía quedan personajes que no he mencionado, pero son muchos...

Todo esto y más es “Dientes blancos”.

Por último me gustaría hablar del final. No para contarlo, si no para decir que es un gran final. Digno de “La broma”, de Milan Kundera. Y hasta aquí puedo leer, como decía Mayra...