lunes, 7 de junio de 2010

"No tengo título para esta entrada"

Te has empeñado en escribir un cuento en un cuaderno moleskine. Pero cada vez que te sientas a la mesa y abres el cuaderno, el bolígrafo BIC en la mano, te entra miedo y piensas que no vas a escribir nada que merezca la pena. Que merezca manchar el cuaderno. Pero el cuaderno no es más que un simple objeto, un montón de hojas acumuladas. Los cuadernos, vacíos, no valen nada. Ahora, este lunes, estás solo en casa y te sientes triste. Siempre estás solo y siempre es lunes, así que no sabes porqué, precisamente hoy, estás triste. Más triste de lo normal. Has salido a dar una vuelta, hace un par de horas. Te has sentado en un banco al lado de la catedral a fumar un cigarrillo. Mirabas al suelo y pensabas en lo triste que estabas, y en si los demás, la gente que pasaba por delante de ti, se daría cuenta de que estabas triste. Querías que supieran que es tristeza lo que te obligaba a bajar la cabeza, y no aburrimiento. Cuando has vuelto a casa, te has tomado un vaso grande de café, pensando que eso te animaría. No ha sido así. Quieres llorar pero no puedes. Crees que te vendría bien hacerlo, llorar. Pero tendrías que esforzarte demasiado. Confías en que mañana estarás mejor. Pero aún queda media tarde y toda la noche para que llegue mañana, así que tendrás que aguantarte. Una vez, hace mucho tiempo, cuando estabas triste, te tirabas en la cama y ponías la cara contra la almohada. Y llorabas. Hace unos días viste hacer algo parecido a tu sobrino pequeño: estabais todos en la cocina, felices (bueno, quizá tú no estuvieras feliz, pero triste no estabas). Entonces, tu hermana, la madre de tu sobrino, se fue. Pero tu sobrino no se dio cuenta. Lo hizo después, cuando salió de la cocina y empezó a llamar a su madre, feliz, porque quería contarle algo. Cuando vio que su madre se había ido, tu sobrino se puso contra la pared y empezó a llorar desconsolado. Tú le mirabas y te reconocías en él, recordabas como era llorar así, cuando tenías tres, cuatro años. Quisiste abrazarle, consolarle, pero él no se dejaba. Más tarde, tu hermana, la madre de tu sobrino, volvió. Y tu sobrino volvió a sonreír. Y ahora, estás aquí, y sabes que a ti nadie vendrá a consolarte. Que lo único que te espera en la vida son ausencias.

2 comentarios:

  1. Atreverse a manchar el cuaderno y atreverse a llorar cuando lo necesitas en el fondo es el mismo tipo de atrevimiento, el de perder el miedo al ridículo.

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  2. No puedo creerme que sólo ausencias te esperen, Nathan. Habrá presencias, seguro. Y cuadernos para escribir sobre lo que está y lo que no, sobre lo que se pierde y lo que se encuentra.

    Hola.

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