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miércoles, 19 de mayo de 2010

"La última noche en Twisted River" de John Irving.



Terminé de leer esta imprescindible novela el pasado lunes, a las tantas de la madrugada (lo comencé justo una semana antes, el lunes anterior). Fue cerrar el libro e invadirme un TERRIBLE vacío, una sensación de orfandad. La historia tiene más de 600 páginas pero yo no quería que se acabara. Que no se me entienda mal: la novela está acabada, no hay cabos sueltos. ¿Y ahora qué?, me dije. Ahora, ¿qué leo? Porque esta novela me ha llenado de tal manera que es muy difícil encontrar otro libro que me haga sentir algo parecido. Tendría que leerme otro de Irving, “Oración por Owen”, se me ocurre, o releerme “El mundo según Garp” (para mí el mejor del autor).

Hace diez días no conocía al cocinero Dominic, ni a su hijo Danny, el escritor. Tampoco a Ketchum, el leñador; ni a Jane la Piel Roja, ni a Pam la Seis Jarras, ni a Carmella, ni, ay, al pobre Joe; ni..., ohhhhh, a la Señora del Cielo.

Ahora, no los podré olvidar. Forman parte de mí.

A Carl lo tenía olvidado antes de terminar el libro... Como dice el narrador de “La última noche en Twisted River”: Carl era un personaje secundario con un papel secundario, aunque él se creyera el personaje principal.

Es muy difícil reseñar una novela de John Irving sin desvelar parte de la trama y de las escenas (esas escenas tan plásticas, inolvidables) importantes que se suceden a lo largo de la historia. Sin embargo, no voy a hablar de ninguna de esas escenas (aunque lo estoy deseando, ¡¡¡me muero de ganas de comentarlas con otros lectores!!!). No voy a contar nada de la trama ni ninguna otra cosa, no porque sea fácil hacerlo, no decir nada, sino porque creo que hacerlo, contarle a alguien (un futuro lector) lo que se va a encontrar, es una putada increíble. Tiene que ser el lector, el futuro lector, quien las descubra por sí mismo, quien las disfrute (él solo) por primera vez.

Así que, qué puedo decir...

Que “La última noche en Twisted River” es, tal vez no la mejor, pero sí una de las mejores novelas que estos días se pueden encontrar en las mesas de novedades de las librerías. Hay están, también, “El libro de los niños”, de A. S. Byatt, y la última novela de David Grosssman, por no olvidarnos de “La noche de los tiempos”, de Muñoz Molina. No sé si la novela de Irving es la mejor o no, de lo que si estoy seguro es de que las sensaciones que a uno le provoca esta historia, ponerle el pelo de punta, dar ganas de levantarse del sofá y ponerse a dar saltos, no lo hacen ninguna de las otras novelas que he mencionado.

Gracias, señor Irving. Gracias, muchísimas gracias, por el inmenso placer que he sentido (y también sufrido) en estos ocho días. Gracias por contar una historia tan llena de vida y de ternura, y tan cómica y triste a la vez. Gracias por sus personajes, que ahora también, como decía antes, son mis personajes.

Cuídese mucho, señor Irving. Queremos, sus lectores, seguir leyendo sus historias. Tenga cuidado con lo que hace, con los accidentes que nos acechan a todos a la vuelta de la esquina.

Pedirle, por favor, que si hace usted eso que ya sabe, por favor, no lo haga nunca con el coche en marcha. Hágalo con el coche parado, pero eso sí, que el coche esté SIEMPRE dentro del garaje. Y con la puerta bien cerrada.

Adiós, señor Irving. Le veré pronto. No sé si en “Oración por Owen”, u otra vez en “El mundo según Garp”, o quizá en “La novia imaginaria”...

Pero allí estaré.

viernes, 9 de abril de 2010

“Jernigan” de David Gates



Hum..., debería escribir sólo reseñas de libros que me hayan gustado mucho. O que me hayan gustado bastante. “Jernigan” me ha gustado, pero ni mucho ni bastante. Es la típica historia de tío fracasado con vida desastrosa. Ha sido inevitable que, al leerla, me acordará de “La epopeya del bebedor de agua” de John Irving, que también es la historia de un hombre-desastre. La novela de Irving la leí hace un mes, y me gustó más. Bastante. Ambas novelas tienen bastante mala leche, pero la de Irving tenía más, hum, ¿chispa?

Resumen más o menos de “Jernigan”:

Jernigan es un cuarentón al que se le muere la mujer. Bebe y bebe y toma cualquier analgésico que encuentre por ahí (pastillas para la regla, por ejemplo). Trabaja en no me acuerdo qué, ah, sí, una inmobiliaria. Tiene un hijo adolescente. Su hijo tiene una novia con la que se pasa encerrado todo el día (y toda la noche). Entonces, conoce a la madre de la novia de su hijo. Se enrollan y Jernigan y Danny, que así se llama el hijo, se van a vivir con la madre y la hija. Luego, Jernigan pierde el trabajo. Danny, que toca la guitarra, forma una especie de grupo con un amigo llamado Dustin y otros fumetas más. Quizá la mejor escena de la novela sea en la que Jernigan se encuentra con Dustin en su casa. La novela fue candidata al Pulitzer de 1991. Y esto es más o menos todo lo que puedo contar sin joderle (demasiado) la lectura a alguien que vaya a leer el libro.

El autor:

David Gates nació en 1947, en no sé dónde... O sea, en una pequeña ciudad estadounidense que da igual que se llame Clinton, Connecticut; o Des Moines, Iowa (por poner un ejemplo; nació en la primera, sí, la de Bill). Estuvo casado un tiempo con Ann Beattie, la autora de “Postales de invierno” y “Retratos de Will”, dos novelas publicadas también por Libros del Asteroide, editorial que ha publicado “Jernigan”. “Jernigan” viene con un prólogo de Rodrigo Fresán, como también “Postales de invierno”.

Última nota:

El word no me reconocía la palabra "Jernigan", me la cambiaba por "jeringan"...

martes, 30 de marzo de 2010

"Correr con los libros"



Me vendría bien hacer deporte. Volver a hacer ejercicio. Philip Roth va a nadar, Magnus Mills dijo que cuando pudo dejar de conducir autobuses tras el éxito de su novela “El encierro de las bestias”, por las mañanas, en vez de ir a trabajar, iba a la piscina. Jordi Bonells corre maratones. John Irving levanta pesas y de joven fue campeón de lucha libre. Yukio Mishima tenía unos pectorales increíbles. A Martin Amis le gusta el tenis. Robert Walser daba unos paseos larguísimos. A Paul Auster también le gusta mucho pasear, aunque él lo hace por las calles de Nueva York, en lugar de por las montañas suizas. Haruki Murakami, como Bonells, corre. Tusquets va a publicar un libro cuyo título es un guiño a Raymond Carver: “De qué hablo cuando hablo de correr”. ¿Si me leo el libro me entrarán ganas de correr, y lo haré, y estaré en forma y me sentiré mejor? ¿Más equilibrado? ¿”De qué hablo cuando no sé de qué hablar”?

Ahora, ya con numerosos libros publicados con gran éxito en todo el mundo, y después de participar en muchas carreras de larga distancia, Murakami reflexiona sobre la influencia que este deporte ha ejercido en su vida y en su obra. Este libro es tal vez el más personal de los suyos, donde manifiesta más ampliamente sus opiniones sobre la literatura y sus propias obras.

Fuente: Casa del Libro.